Homenaje al Dr. Dorismond

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Jean Claude Dorismond Audouin nació en 1942 en Haití, de padre europeo francés (su familia paterna eran ingleses, irlandeses y franceses trasladados a Haití como colonos en el siglo XIX) y madre haitiana. Pronto destacó como niño superdotado así que siendo muy joven se trasladó con ayuda de su familia a Europa para tener mejores oportunidades. Vivió en Francia, Alemania y por último, con 19 años se trasladó a España, a estudiar en la universidad, donde se estableció y obtuvo con el tiempo la nacionalidad española. En Madrid se licenció en Medicina y Cirugía, en la Universidad Complutense. En ese momento conoció a su mujer, Ana Marina Pérez Mora, española, que estudiaba Farmacia en la Universidad Complutense también. Tras un noviazgo de cinco años, cuando finalizaron sus estudios se casaron en Madrid y se trasladaron a Nueva York, donde Jean Claude se especializó en Cardiología y Medicina Interna por la Universidad de Nueva York. Allí, en Nueva York, residía, y aun reside, casi toda su familia paterna.

Después de siete años viviendo la pareja en Nueva York, y ejerciendo allí la medicina con gran brillantez, al saber que iban a ser padres regresaron a Madrid, ya definitivamente. Al ser una pareja mixta decidieron que lo mejor era educar en Europa a su única hija, Ana Marina, ya que en los Estados Unidos en los años 70 había muchos conflictos raciales, así que a pesar de la gran estabilidad laboral e inmejorables oportunidades en medicina que le ofrecía Nueva York, pesó más para la pareja formar su familia en España, tierra amable donde veían un mejor futuro desde el punto de vista personal.

Para ejercer la medicina en España, Jean Claude necesitaba que le convalidaran sus especialidades de cardiología y medicina interna así que, tras las oportunas convalidaciones, opositó para ser titular de una plaza de médico general de la Seguridad Social, siendo su promoción la última con médicos titulares ya que después de esta promoción, solo aprobaron plazas para médicos interinos.

Al aprobar la oposición fue destinado a Pinto, municipio del que ya no quiso moverse. También tuvo una consulta privada en Madrid.

Médico vocacional

Dorismondera un hombre metódico, perteneciente a la élite intelectual. Hablaba siete idiomas. Se levantaba siempre entre las 5 y 6 de la mañana. Amaba a su familia y a su profesión. De apariencia seria, tenía sin embargo una personalidad muy positiva, risueña y alegre.

Era un gran estudioso e investigador, escribió muchos libros y daba conferencias. Fue pionero, por ejemplo, en aseverar que las neuronas se regeneraban.

El funcionamiento del sistema sanitario español fue para él un cambio importante en su concepción de la sanidad. No concebía que hubiera que dedicar solo cinco minutos a cada paciente. En Nueva York se dedicaba mucho tiempo a cada paciente, haciendo las pruebas necesarias para ofrecer una atención de calidad. Y Jean Claude siguió su convicción y fue por libre, siendo su prioridad cuidar al paciente aunque tuviera que enfrentarse al sistema en este aspecto.

Dorismondsentía piedad y entrega a sus pacientes. Era un misionero urbano. En los años destinado en Pinto fue muy feliz. A pesar de invertir una hora diaria en llegar a Pinto y otra en regresar a su domicilio, nunca quiso abandonar Pinto. “Yo no puedo dejar solos a mis pacientes”, solía decir. Aquí se sentía querido y muy pronto sus pacientes pasaron del miedo y temor inicial a lo desconocido, por tener de médico a una persona de color, a que gracias a su atención llegase a pasar consulta a una media de 120 pacientes por jornada.

Anteriormente a ser destinado a Pinto, había sido nombrado Director Médico de la Clínica Ruber en Madrid, Hospital perteneciente a la familia de su mujer, pero prefirió seguir sus propias directrices, así que decidió montar su propia consulta privada, compatibilizándolo con su consulta en la Seguridad Social en Pinto.

En su consulta privada fue médico del personal de la embajada de EEUU y Australia, asistiendo a todo el cuerpo diplomático de ambas embajadas. Pronto formaron parte de sus pacientes la nobleza y la aristocracia madrileña, así como algunos personajes famosos del momento. Los años 80 y 90 fueron su época dorada profesional y personalmente.

La enfermedad

En lo más alto de su carrera, con 55 años cumplidos, su prometedora trayectoria sufrió un corte prematuro por una terrible enfermedad. A pesar de ello, nunca perdió el ánimo.

Una mañana, pasando consulta en Pinto se quedó sin visión. Un ataque feroz de glaucoma le privó del sentido de la vista. La visión volvió momentáneamente pero tuvo una recaída días después, y en esta ocasión su vista se marchó para siempre.

Fue un cambio radical en su vida. Le operaron ambos ojos en Madrid y en París, recuperando en esta última operación un pequeño resto de vista ayudado por unas lentes enormes con las que conseguía a penas ver mínimamente para sus quehaceres diarios en su hogar, pero jamás recuperó la suficiente visión para volver a ejercer la medicina. Necesitaba un bastón para poder caminar por la calle. Ya contando con 60 años cayó enfermo, enfermedad que, sumada a la ceguera, le recluyó en su casa para el resto de su vida. En los momentos más difíciles de la enfermedad, pese a todo el sufrimiento, animaba a su familia y siempre mantuvo un ánimo alto y positivo.

El 3 de mayo de 2013 falleció de leucemia a los setenta y un años y nunca perdió el valor y la entereza. Su funeral se llenó de amigos, familia, antiguos pacientes y vecinos y fue una muestra de cariño, afecto y reconocimiento a su figura.

Su hija, Ana Marina, abogada de profesión, casada y con dos hijos, Alejandro y Paul, siempre le recuerda con gran amor, respeto y admiración: “Fue siempre mi roca y mi muralla. Grande como padre y esposo, grande como médico y grande como persona. Pero cuando más grande se mostró fue durante los largos años de terrible enfermedad en los que fue un ejemplo de entereza, valor y capacidad de sufrimiento. Amaba la vida por encima de todo y enfrentó a la muerte de cara, igual que enfrentó la vida”.

Mario Coronas y Ana Marina Dorismond

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