Ir hasta la afamada Piscina los Ángeles era toda una aventura, sobre todo si ibas andando desde el barrio de la Cristina. Otros vecinos insinuaban lo mismo: “¡Vaya caminata nos dábamos hasta allí desde el barrio de Renales!

Al principio, éramos pequeños y nos llevaban nuestros padres, luego ya de adolescentes íbamos con amigos. Algunos destacan la generosidad de Mónica Pascual, que invitaba a todos sus compañeros de clase al final de curso escolar. La magia y el éxito de esta piscina estaba en las pequeñas cosas que la hacían única. A la taquilla, llegabas por el desvío de la carretera de Andalucía, te dirigías a los oscuros y grandes vestuarios. Te cambiabas y corriendo a la piscina infantil. Era una piscina conocida en todo Madrid. Ir a la piscina los Ángeles denotaba cierta clase social y poderío económico.  Recuerdo que los festivos pagabas una entrada y te regalaban otra para ir entre diario. Ya en las últimas etapas, si tenías suerte y había algún tipo de rodaje en la piscina para alguna película o serie televisiva también te regalaban una entrada para entrar gratis otro día. Aquí se rodaron escenas de películas, como “Matrimonios separados” con Antonio Ozores y Concha Velasco en el año 1969, “Operación Bi-Ki-Ni”, con José Luis López Vázquez y Gracita Morales, o escenas de la mítica serie de TVE1, “Cuéntame”.

Entrabas a los enormes vestuarios y olía a ese característico aroma de aftersun y aceite de coco. A muchos les encantaba ese olor. Ese olor especial cuando subías las escaleras cerca de la pequeña tiendecita donde vendían flotadores, crema solar y se mezclaba todo ese aroma con los helados de sabor a fresa y a naranja. En esos vestuarios infinitos, las chicas más mayores se recostaban frente al espejo maqueándose, y retocándose el pelo con el secador, poniéndose el traje de calle y abandonar la piscina.

Los más pequeños rápidamente acudían en tropel a aquella piscina infantil en la que había esculturas de animales: la foca, la caracola, los dos toboganes y los chorros que emergían del suelo. Disponía de dos toboganes, con sus nueve escalones para subirse a la plataforma y tirarse al agua. Uno de color azul y otro de color crema. En el centro de la piscina se ubicaba una pequeña isleta con una enorme farola.

Lo primero de todo era coger sitio, extender las toallas y dejar las mochilas en aquellas inmensas praderas con frondosos árboles que daban buena sombra. Si llegabas de los primeros también podías coger una tumbona. Sí, sí, había tumbonas, que se encontraban repartidas por toda la instalación.

Si eras algo mayor ibas a la piscina grande, que era parecida una pequeña pista de carreras de coches, con una curva pronunciada donde llegabas a los espectaculares trampolines.

Antes de subir los escalones de los trampolines todo te parecía fácil y de machote, una vez que llegabas al primero de ellos, de palanca, te entraba canguelo y ahora haz como los nadadores de verdad, salta, salta y tírate, pensabas. Algunos lo hacían y muy bien, y se atrevían a tirarse de cabeza. Los más atrevidos se tiraban desde el segundo trampolín. Pero siempre bajo la atenta mirada del socorrista, “el tío del bigote”, Juanito, como un guardia civil del agua. 

Recuerdo perfectamente a un señor con sombrero americano, su mini bañador y sus cuatro pelos, al que llamaban Juanito “el Pistolas”, que acudía asiduamente a la piscina y siempre realizaba el mismo ritual antes de lanzarse a la piscina desde el trampolín. Era muy curioso y toda una atracción para los usuarios. Después de lanzarse, generalmente mal, todo el mundo aplaudía y le aclamaba. Juanito nadaba a cuchillo hacia la escalera y orgulloso de su nueva gesta salía de la piscina.

Y cuando ya tenías más edad era el momento de la piscina grande. Aquella del temido trampolín de dos alturas. Aquella que cuando nadabas y pasabas por encima del mosaico del pez, intentabas nadar más rápido porque nadar sobre aquel vertebrado acuático daba un poco de mal rollo.

Tanto ejercicio, tuvieras la edad que tuvieras, te hacía que te entrara un hambre atroz. Los más pudientes se iban “al restauran” (se decía así), donde comían opíparamente y bien servidos por sus camareros vestidos con chaquetilla blanca. Sus hijos pedían helados y hasta las dos horas no podían tirarse de nuevo al agua. Había que hacer la digestión. A otros bañistas les entusiasmaba el café negro con helado de nata en vaso de tubo con un pelín de canela. ¡Qué exquisitez Dios mío!

Y qué decir del merendero que tenían detrás del restaurante y la cafetería, que eran también muy grandes. La deliciosa leche merengada del bar, que con tanto mimo preparaban. O aquella máquina que había en el merendero en la que por 50 pesetas podías elegir una canción. Quien se lo podía permitir, comía en el restaurante, otros llevábamos el bocadillo preparado desde casa para comerlo en el merendero.

Los que no podían permitirse comer de “restauran”, iban al merendero, pedían una exquisita ensalada, sangría, algunos refrescos, vino y casera (los niños también), sacaban de la fiambrera de cinc la tortilla de patatas y los filetes empanados, comprabas helados de polo en el kiosquillo del merendero. La memoria lleva a algunos a comentar que iban a la piscina en compañía de primos, primas y amigos, al exquisito buffet. Y muchos bañistas e invitados a eventos gastronómicos recuerdan con cariño a Doña Jacinta, que estaba en la cocina con su gorro de chef y salía a saludar siempre. Los dueños eran muy simpáticos, la barra donde pedías la Coca-Cola, al atardecer en el merendero donde se degustaba la sabrosa tortilla, traída de casa. Hubo quien fue bañista y al poco tiempo trabajaba como extra en los eventos que se celebraban, bodas, bautizos, comuniones, cumpleaños, efemérides… y hubo alguna vecina que estrenó allí su primer… ¡bikini! ¡Ojo al dato!

Otros vecinos se echaron novietes, conocieron a sus novias y aún siguen juntos, tuvieron hijos que aprendieron a nadar y celebraron la comunión en este estupendo escenario veraniego. Incluso hubo vecinos que recuerdan acudir al excelente restaurante a celebrar tres bodas en un corto espacio de tiempo. Otra vecina recuerda con nostalgia que se casó en junio de 1979 y no podía irse de luna de miel hasta agosto, así que iban todos los días de sus cortas vacaciones a la piscina y lo recuerdan como días maravillosos. Una vecina recuerda escoger los gorros colores muy vivos y fosforitos, de material plástico con el logo de la piscina.

Los aficionados al deporte se entretenían jugando o viendo jugar al tenis en alguna de las varias pistas de tierra batida. Con el tiempo se habilitó una pradera con porterías de fútbol ¡césped natural, fantástico! Para “la chavalada” era una gozada marcar goles en este territorio comanche, que contaba también con porterías de fútbol sala y canastas de baloncesto. Una de las mejores épocas que han vivido. También podías jugar en la máquina de petacos, con cuidado y algo de miedo, el contacto con el agua y los metales de las máquinas te daban unos calambrazos de escándalo. Y los que se pasaban el tiempo muerto en los recreativos, o poniendo música en el tocadiscos, jugando a los bolos

Cuando ya caía el sol, tocaba marcharse, los muchos bañistas que venían de fuera de Pinto Al finalizar la jornada la megafonía anunciaba la salida de los autobuses a Madrid.Porque si algo destacaba la Piscina los Ángeles era que gran parte de los bañistas eran foráneos, llegaban en autobuses que la propia piscina costeaba y que le daba glamour. Ese soniquete de “próxima salida a Madrid, en cinco minutos”. Y algunos que tenían parné y prisa, se marchaban en el taxi de Moreta, y de otros taxistas pinteños con su Simca 1500; y hubo atrevidas que cuentan que venían… “¡andando, desde San Cristóbal de los Ángeles!” Hay quien recuerda subirse al autocar en la Plaza de la Beata María Ana de Jesús (Madrid), rumbo a la piscina de Pinto. El tren también hacía de caballo de hierro, aunque era una odisea, recuerda uno de Villaverde, que al llegar a la estación de Pinto tardaba casi cuarenta minutos caminando hasta la entrada de la Piscina.

El Ayuntamiento de Pinto llegó a un acuerdo con los dueños de la Piscina los Ángeles, para que los niños aprendieran natación. Quedaban en el solar del hoy, Polideportivo Alberto Contador, para acompañar los monitores y profesores al alumnado hasta la Piscina los Ángeles. Otro de los sitios de quedada de alumnado era el antiguo pasaje que cruzaba por debajo de la calle Cañada Real de la Mesta, colindante al hoy parque Victimas del Terrorismo, para garantizar la seguridad de la chavalada pinteña al paso por esa zona.

Con el cierre de la jornada, llegaban los cursillos de natación de última hora, unos cursillos que vieron pasar a cientos de alumnos. Muchos de ellos aprendieron allí a nadar y tiempo después llevaron a sus hijos a aprender a nadar en la misma piscina ¡Qué recuerdos! Nos quedábamos viendo las competiciones de natación gracias a los monitores y entrenadores pinteños que cada temporada elegían este lugar para formar, educar, aprender y mejorar el nado, como Paco Jiménez, Manuel López, Fernando Díaz, Antonio Pacheco, José Alberto Pacheco, Anastasio, Lucas Guillén, Amadeo, Silvia Calle, Miguel Angel Humanes, Carlos Díaz Valenciano, Fernando Díaz. Elena Landáburu, quien posa con la medalla al cuello en una de las fotografías de este rincón del lector, era una de las destacadas nadadoras de la época. Detalles que quedan en el almacén de los recuerdos.

María Ángeles Larrios comenta los distintos niveles: principiante, intermedio y avanzados, y los estilos de natación: cros, espalda, braza y mariposa. En los torneos se otorgaban medallas y trofeos entre los ganadores, aunque su hermano Raúl Larios, aún espera que le concedan la suya. Se les debe haber olvidado darle su trofeo o medalla. Otros tienen nostalgia al ser de la última promoción que recibió clases de natación allí y hay quien con nostalgia dice que le encantaría que sus hijos hubieran podido recrearse en la Piscina los Ángeles como él hizo.

Los pinteños regresaban en coche o a pie, había una distancia considerable, pero haber disfrutado de la jornada lo merecía. Con todo el cansancio encima y un sospechoso enrojecimiento en la piel que empezaba a picarte y todo por no haberte echado la Nivea. Lo más seguro es que el bocadillo de la merienda te lo comieras por el camino, bebiendo agua en los grifos de las fuentes que ibas encontrándote hasta llegar a casa y prender la televisión. Dos rombos, la familia Telerín y a la cama que hay que descansar.

Nuestro recuerdo más especial es para los fundadores de la piscina, sus herederos y el personal que allí laboraba en distintas ocupaciones:

Jorge Pastor, yo, tenía los mismos recuerdos que los demás cuando acudía como cliente. Hasta que empecé a trabajar, que lo recuerdo desde otro punto de vista. Pero es un recuerdo igual de precioso. Belén posiblemente no lo recuerda desde el punto de vista del cliente y la ilusión que nos hacía entrar por la taquilla principal y recorrer el pasillo por encima de la piscina infantil corriendo a los vestuarios para cambiarte lo antes posible. Y esos vestuarios individuales con sus puertas de vaquero y ese olor a cloro limpio. Volvería a mis 8/10 años para revivir esos momentos. ¡Qué bonito!

Iván y Juan Salamanca García, hijos del mítico Juanito, dicen que su padre trabajó de socorrista desde el primer día hasta el cierre en la Piscina Marbella y la Piscina los Ángeles de Pinto. Agradece fervientemente a Don Ángel el trato hacia su padre y su familia. Excelente piscina, excelente personal y excelentes jefes.

María Del Carmen Santurde Gómez, yo estuve bastantes años trabajando en el vestuario y se llenaba todos los fines de semana, y recuerdo esa gran tortuga en la piscina infantil, eso fue una gran novedad para Pinto cuando se abrió.

Conchi Sánchez Sánchez, Elena cuanto sentimientos tiene tus palabras, los días vividos en esta piscina para mi también son inolvidables.

Ulises Valenciano Pizarro, yo trabaje allí de socorrista y solo tengo grandes recuerdos

Roberto Sierra Carballo, casi nueve temporadas trabando allí. ¡No tengo recuerdos para un artículo, sino para varios libros! Primer trabajo, primeros amores y anécdotas para parar un tren. Gran recuerdo de dueños, familia, amigos y compañeros y compañeras.

Javier Díaz Pintores, mi padre trabajo en la piscina, en las taquillas y hacia trabajos de albañilería también. Toda mi familia iba a la piscina y recibíamos clases de natación en los cursos. Mi profesor era el legendario Lucas. Una piscina inigualable, una pena su cierre.

Juan Manrique, laboró desde el año 1974 hasta 1978 como camarero en el restaurante mientras estuvo abierto.

Ascensión Garrido Zapata, mi hijo mayor fue la última promoción de los que aprendió a nadar ahí.

Román Payán Ferreira, mi padre fue socorrista y yo de pequeño me tiraba del trampolín, ¡Qué de recuerdos!

Jaime Pacheco, trabajé en los tres últimos años de funcionamiento. Como empleado era trabajar en familia y buen rollo, de allí saqué grandísimas experiencias y conocí a bellísimas personas, muchas de ellas les tengo un aprecio especial.

Francisco García Cantarero, nieto de la señora Julia, recuerda que su abuela trabajó junto a la señora Jacinta en la cocina.

María Vicenta García, recuerda que los guardas eran Margarita y Jacinto, padres de un hijo y una hija. María, entro a trabajar de cajera en el restaurante, en la parte de facturación de las comandas, clavadas en el célebre pincho. Eran trece camareros, deprisa y corriendo y sin equivocarse, sin ordenadores ni calculadora electrónica, por supuesto.

Diana Martín, todavía queda con Belén Pascual, para rememorar el “verano azul” como llamaban a los tiempos veraniegos en la piscina los Ángeles. Diana no olvida a Luis, el conductor; Juan, socorrista, Tomás, taquillero, Jacinto y Margarita, Pilar en vestuarios… 

Santos Francisco, era uno de los conductores de autobuses Esteban Rivas, del recorrido Plaza Beata María Ana de Jesús hasta la Piscina los Ángeles y regreso. El autobús lleno todos los días.

Claudia, recuerda que sobre los años dos mil y algo, estuvieron trabajando en la cocina y servicio de comandas, su padre, su madre y ella. Le quedan excelentes momentos vividos en los años de estancia laboral en la piscina.

José María Ruiz, actuó a principios de los años noventa en los salones del cotillón de Nochevieja en el restaurante.

La Piscina los Ángeles cerró en 2007 y muchos son los que se recuerdan mirando las fotografías en las que apenas tenían un año, o tres, quince, cuarenta o sesenta años y fueron asiduos clientes.  

Seguro que tú también tienes los tuyos, comparte las fotos y recuerdos en nuestras redes para que todos podamos revivir aquella época maravillosa. Si quieres saber más acerca de la historia de la Piscina Los Ángeles, te dejamos un resumen de Mario Coronas: Para comprender la historia de la piscina es esencial remontarnos a D. Ángel Pascual Cobo, un hombre clave en su origen. En 1949, movido por una visión emprendedora, decidió establecer una piscina en el barrio de Usera. D. Ángel no se rindió y, en respuesta a la adversidad, construyó una nueva joya: la Piscina Marbella, ubicada en el actual Parque Sur, próximo a Plaza Elíptica. Esta nueva piscina se erigió como uno de los complejos acuáticos más importantes de Madrid, consolidando así el legado de D. Ángel Pascual Cobo como un visionario en el desarrollo de estos espacios recreativos. Junto a su padre, Ángel Pascual Martín emprendió la construcción de la Piscina Los Ángeles en 1967. El nombre (…) se inspira en los nombres de pila tanto del padre como del hijo. se instalaron seis pistas de tenis de tierra batida. Surgió así un vibrante Club de Tenis. (..) los autobuses de Esteban Rivas empezaron a operar desde Madrid, llegando a haber hasta ocho de ellos en algunos domingos. Aquellos bañistas que eran residentes de Pinto disfrutaban de tarifas de entrada reducidas. Durante un soleado domingo, las instalaciones podían albergar a 2.000 personas. era excepcionalmente agradable y familiar (…) La piscina contaba con dos restaurantes. El mesón o merendero ofrecía delicias como las hamburguesas de Amparo, la tortilla española, ensaladas, las famosas sangrías de verano, bocadillos de panceta, entre otros. Los usuarios disfrutaban de sus comidas bajo las parras, mezclando los sabores con la comida que traían consigo, acompañados por la música de la máquina de discos (…)  

José Juan López Cuchillo.

El Rincón de Cuchillo (ePinto)

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