Miguel Mihura Santos, una de las figuras más importantes del teatro y el humor español del siglo XX, encontró en Pinto un refugio donde reparar su quebrantada salud y hallar la inspiración que más tarde marcaría su trayectoria.
Nacido en Madrid el 21 de julio de 1905, Mihura creció en el seno de una familia teatral. Hijo del popular actor cómico Miguel Mihura Álvarez, su vida siempre estuvo ligada al arte y a la creación. Sin embargo, la salud fue un desafío constante para él, especialmente durante su juventud.
A mediados de la década de 1920, la salud de Mihura sufrió un grave deterioro, debido a una dolencia ósea que le afectaba la pierna. Los médicos recomendaron entonces una vida tranquila, con aire limpio y abundante exposición al sol, elementos que ofrecía Pinto, un pequeño pueblo al sur de Madrid, famoso en la época por la salubridad de sus aguas y sus aires campestres. Allí, junto a su madre Dolores y su hermano Jerónimo “Momín”, Mihura pasó temporadas en un hotelito alquilado por su familia.
En Pinto, Miguel aprovechó para tomar el sol, descansar y recuperar fuerzas. La localidad se convirtió en un escenario que no solo le brindó reposo, sino también estímulos artísticos. Mihura, que había estudiado Bellas Artes, retrató con entusiasmo los paisajes y las gentes del lugar en un cuaderno juvenil, que aún se conserva en Fuenterrabía. Estos bocetos dan cuenta de una sensibilidad artística que ya destacaba en un joven cuya salud limitada contrastaba con su espíritu creativo.
Su estancia en Pinto no solo dejó huella en su obra gráfica, sino también en su prosa. En el número 76 de la revista Muchas Gracias, del 11 de julio de 1925, Mihura narraba con humor los encantos de la vida tranquila en Pinto:
“Mi salud, algo baqueteada por las pijoterías de este valle de lágrimas, me obliga a estar durante tres o cuatro meses al año en un pueblecito cercano a Madrid, sorbiendo huevos, libando leche y deglutiendo filetes empanados, que es una delicia”.
En el texto, Mihura relata un episodio de su estancia en Pinto. Mientras se hallaba en el jardín de su hotelito, arrellanado en una butaca y sumido en la atenta contemplación de una hormiga que se paseaba nerviosa por su americana, comenzó a sonar un ruido formidable de esquilas que pasaban por detrás de la verja. Todo formaba parte de una curiosa estrategia del Ayuntamiento de Pinto para atraer a los veraneantes, consistente en pagar a los niños del pueblo para que pasaran con rebaños frente a las casas de los veraneantes recién llegados, la mayoría delicados de salud, haciendo sonar esquilas y balando con entusiasmo. El objetivo, según le explicó una jardinera con la que entabló conversación, era impresionar a los forasteros y hacerles pensar en la abundancia de ganado y la calidad de la leche del lugar. Mihura, fiel a su estilo, concluye que el pueblo también podría haber presumido de gallinas para destacar “cuántos huevos tienen en este pueblo”, a lo que la jardinera responde con una ingeniosa réplica cargada de picardía.
Este retrato humorístico no solo muestra la creatividad de Mihura, sino también su habilidad para encontrar lo cómico en lo cotidiano, incluso en un entorno tan tranquilo como Pinto. La estancia en el pueblo no solo le permitió descansar y seguir tratamientos para su dolencia ósea, sino también captar, con la sensibilidad que caracterizó su obra, las pequeñas historias y curiosidades de la vida rural.
Desgraciadamente, pocos días después de publicar este artículo, la familia, que descansaba en Pinto, recibe la trágica noticia del repentino fallecimiento del marido y padre, el aplaudido actor Miguel Mihura Álvarez, víctima de un ataque al corazón en San Sebastián, donde se hallaba en su papel de empresario teatral.
A pesar de este duro revés, Pinto no solo le permitió sanar físicamente, sino también cultivar el estilo humorístico que más tarde le llevaría a fundar revistas como La Codorniz y a escribir obras inmortales como Tres sombreros de copa. Su tiempo en el pueblo, aunque breve en el contexto de su vida, representó un momento clave de introspección y de conexión con el mundo rural, que marcaría su sensibilidad artística.
El Mihura que regresó a Madrid tras sus estancias en Pinto era un joven convaleciente, pero también un creador que comenzaba a encontrar su voz. El aire puro y los paisajes pintorescos de Pinto se grabaron en su memoria, no solo como un refugio para la salud, sino como una fuente de inspiración en su prolífica carrera.
Con el tiempo, Miguel Mihura se convertiría en uno de los dramaturgos y humoristas más destacados de España, miembro de La otra generación del 27 y autor de una obra profundamente original y melancólicamente cómica. Pinto, con su aire saludable y su serenidad, forma parte de los pequeños capítulos que contribuyeron a forjar al genio detrás de tantas risas y reflexiones.