
El 10 de noviembre de 1885, un grupo de diputados provinciales decidió tomarse un respiro de sus obligaciones políticas y organizar una «gira campestre» en el pueblo de Pinto. Salieron de Madrid a las siete de la mañana en el tren mixto Entre los asistentes se encontraban los diputados Fernández Gómez y Pérez de Soto, quienes, casualmente, mantenían desde hacía días un enfrentamiento personal que había generado cierto revuelo en la Diputación Provincial. Acompañándolos iban los diputados Rancés, Seijo, Peláez Vera y García Lomas, además de un experto en armas, el profesor Merelo, y un médico, el doctor Benavides.

Los periódicos de la época relataron el suceso con un tono entre irónico y discreto. En un alarde de eufemismos, las crónicas describían un «accidente fortuito» que dejó a Fernández Gómez, vicepresidente de la diputación, con una herida leve en la muñeca. La presencia «casual» de un médico permitió atenderlo de inmediato, lo que, por supuesto, tranquilizó a los asistentes. La prensa más atrevida dejaba entrever que aquella excursión no fue un simple día de campo, sino un duelo en toda regla, aunque sin graves consecuencias.

En los días previos, la tensión entre Fernández Gómez y Pérez de Soto había alcanzado su punto álgido en una acalorada sesión de la Diputación. Se discutía la compatibilidad de ciertos cargos, y los ánimos se exaltaron hasta el punto de que la sesión terminó entre campanillazos del presidente y amenazas veladas entre los diputados. Al día siguiente, la Diputación no pudo celebrar sesión «por falta de número», ya que sus miembros parecían estar más ocupados en resolver sus diferencias de otro modo.
Los periódicos oscilaron entre la prudencia y la sátira. Algunos hablaban de un simple percance ocurrido al «reconocer un sable», mientras otros insinuaban sin tapujos que la cuestión de honor había sido «honrosamente zanjada fuera de Madrid». Uno de los artículos más mordaces afirmaba: «Ayer no celebró sesión la Diputación provincial porque los señores diputados estaban ocupados en ver cómo se daban de sablazos dos de sus compañeros» y para finalizar, preguntaba: «¿Y el Código? Bueno, gracias. ¿Y los mandatos de la Iglesia? Sin novedad. ¿Y el gobernador? Tan fresco y tan gordo.«
A pesar de la aparente discreción con la que se trató el asunto, quedó claro que los duelos, aunque ilegales, seguían siendo una forma habitual de resolver disputas entre caballeros de la época. La «gira campestre» de Pinto se convirtió en un ejemplo más de cómo la prensa podía jugar con las palabras para contar sin contar, insinuar sin afirmar y, en definitiva, dejar claro que aquel día, en una quinta de Pinto, hubo mucho más que una simple jornada de recreo.