
En la misma esquina donde hoy se levanta, modesto y resistente, el único kiosco de prensa que pervive en Pinto, el kiosco del Egido, laten aún los ecos de una historia entrañable que atraviesa generaciones. Allí, entre titulares, crucigramas, revistas y saludos diarios, Fernando, Jesús y Lola continúan una labor que es mucho más que un trabajo: es un legado.
Todo comenzó mucho antes de que existiera siquiera el kiosco. Corría una época en que la prensa llegaba al pueblo como un soplo de mundo exterior, y quien la repartía era alguien imprescindible en la vida diaria. Esa figura fue, durante décadas, la señora Pepa, conocida con afecto como “la de los periódicos”. Puntual, infatigable, se recorría las calles de Pinto a pie, con frío, con calor, con lluvia o con nieve, llevando en su bolsa los diarios de los suscriptores. Era una figura entrañable, casi mítica, de aquellas mañanas de pueblo con olor a pan y a tinta impresa.
Pero la vocación por repartir noticias y mantener informados a los vecinos no nació con ella. Su padre, Pepe el cartero, fue quien marcó el primer compás de esta tradición familiar. Tras contraer matrimonio con la «abuela Cipriana», se retiró del ejército con el grado de sargento y se le concedió la Cartería del pueblo y, con ella, la venta de periódicos. Instauró la oficina de correos en su propia casa, en la calle Boteros número 1. Allí, entre cartas, sellos y diarios, nacieron y crecieron sus diez hijos, todos conocidos como “los carteros” o “las carteras”, sobrenombre que aún hoy resuena en la memoria de muchos pinteños.
Cuando la señora Pepa colgó la bolsa de reparto, el testigo pasó a sus hijos: Valentina y Luis, quienes regentaron durante décadas el kiosco del Egido, que fue, y sigue siendo, un punto de encuentro, de conversación, de rutina diaria. Cuando se jubilaron, el kiosco quedó en manos de Fernando, hijo de Luis, que mantiene viva la tradición con la misma cercanía y entrega que sus antepasados. Junto a él, Jesús —su inseparable compañero— y Lola, se han convertido en el alma de este kiosco de toda la vida.

“Un encanto”, “un cielo”, “personas maravillosas”, “muy amables”, “majísimos”, “simpáticos”, “buena gente”, “un amor de profesionales”, “pedazo de profesionales y mejores personas”… Así los describen con cariño los vecinos de Pinto. Porque no solo entregan la prensa del día; entregan conversación, confianza, sonrisas a primera hora de la mañana y ese trato que ya no se encuentra fácilmente.

El kiosco del Egido no es solo un establecimiento comercial. Es un vestigio vivo de otro tiempo, un espacio donde aún se conserva el saludo por el nombre, la recomendación del último número de la revista favorita o la charla rápida sobre lo que ocurre en el mundo. En una era marcada por pantallas y algoritmos, este pequeño puesto sigue ofreciendo algo más que noticias: ofrece humanidad.

Hoy, al ver a Fernando, Jesús y Lola desenvolviendo fardos de prensa al amanecer, cuesta no imaginar a la señora Pepa caminando ligera entre las aceras, o al abuelo Pepe organizando la correspondencia en su casa. Porque este kiosco, con su toldo modesto y su alma grande, no solo reparte periódicos: reparte historia, vecindad y cariño.