
“¡Oye! ¿Nos apuntamos al baloncesto? Creo que en el colegio Onésimo Redondo (Egido), en el de San José y en la Teatinas, han colocado canastas y aros de baloncesto. En algunos de ellos son un poco rústico, pero para nosotros está fenomenal, que no somos magos con la pelota, precisamente”
El primer torneo de baloncesto se jugó en 1972. Y eso llevó a unos aficionados al basketball a ponerse manos a la obra y remover tierra, retirar piedras con sus propias manos, para ejecutar la construcción de un campo que les permitiera jugar al baloncesto, en los aledaños de la Iglesia parroquial. La punta de lanza del campo era poder asfaltar, pero costaba la friolera cantidad de veinte mil pesetas. Nada les amedrentaba. Que hay que trabajar, se trabaja, que hay que sacar dinero, se saca y, finalmente, lo consiguieron.

En la temporada 1973-1974, estos jóvenes pinteños se apuntan a la liga regular federada con el Club Parroquial Santdo Domingo: Jaime Manchado Martínez, Antonio Luna Cepeda, Fernando Jiménez Pleguezuelos, Juan Pablo Villalba Martínez, Antonio Fernández Capitán, Andrés Pereira Aguilar, Luis Nieto Sánchez, Félix de la Cruz Muñoz, Felipe de la Rica Villalba, José María Llorente del Prado, Santiago Fernández Casas y Ángel Villanueva López. Los fundadores sembraron la ilusión por la práctica del baloncesto, y generaron el nacimiento de otros equipos pinteños: Nuestra Señora de la Providencia, dirigidos por Luis Otero y el Club de Baloncesto de la OJE a las órdenes del entrañable, Alfredo Fernández.

Los pinteños se aficionan a acudir al campo de la Iglesia, (como era conocido vulgarmente), para ver a los equipos de baloncesto local, tanto de hombres como de mujeres, dado que estas se atrevieron a competir en torneos oficiosos y oficiales contra otros equipos del municipio y de los alrededores. Momi, Montse Pacheco, Ana Pérez, Loli Maqueda, Marina Martín, Inma Villanueva, Dolores Landáburu, la catalana, Celinda, Almudena o María Ángeles Larrios, luego estaban las más jovencitas, dirigidas por “Josete”, Andrés Villalba y Mario Sánchez. Ana Rodriguez, Alicia Nieves, Elena Landáburu, Rosa María Chirinos, María del Mar Rodríguez, María Asunción Villalba, Luisa María Gómez Sainero, Josefina Lenza o María Luisa Lenza, son algunas de ellas.

La afición pinteña tenía sus propias “ídolas” entre las jugadoras, algunas tenían bastante nivel deportivo jugando al baloncesto. ¡Vaya! que te entusiasmaba verlas jugar, ya fuese en la Iglesia, en el Campo del Pinto, en el Poli, en las Teatinas, en el colegio Isabel la Católica o en el San José. Las seguíamos como auténticas fans. En esa época habremos visto cientos de entrenamientos y partidos de los equipos pinteños de baloncesto. Y en el fragor de los partidos se discutía si Luis García era mejor que Blázquez, “el americano”; o si el equipo de negro era más guerrero, que el equipo de los azules, verdes o amarillos.

No todo era baloncesto y fútbol. Muchos de nuestros primeros favoritos eran jugadores de tenis, Emilio de la Cal y Vicente Lebrón, quienes manejaban la raqueta con soltura y con delicadeza. Con esa elegancia, y con unas condiciones físicas, impresionantes, para el común de los pinteños. Los aficionados al tenis aprendían de estos iconos tenistas y trataron de emular su estilo de juego. Se compraban las raquetas de madera y la caja de pelotas (de marca), que costaban un riñón, y se desgastaba muy pronto con el golpeo continuo y el sudor de la frente que secaban con la muñequera de colores. Además, tenías que reservar para jugar solamente una hora, debido a la alta demanda de las pistas de tenis de la piscina. Cada pinteño tenía su jugador favorito, o bien era Emilio o bien era Vicente, ahí, como en el fútbol, existían dos bandos los emilistas y los vicentinos.

Los más astutos, teníamos a los dos como ídolos, así no perdíamos ningún torneo. La vestimenta tenística era rigurosa, no incluía colorines, era de un blanco impoluto, camiseta, calcetines, pantalones y zapatillas, y no era barata la equipación, no. ¡A ver si te crees que lo regalaban! Esta afición les costaba dinero a los tenistas, pero lo veían como un gasto placentero. Te apuntabas, al ranking y semanalmente sacabas tiempo de donde fuera para competir contra otro como tú. La temporada de septiembre a junio te ponía en tu sitio, si eras bueno, acabas entre los mejores, si eras regular, entre los así, así, y si eras un aficionado sin pretensiones, entre los menos buenos, por decirlo suavemente. Se conocían, se hacía grupo y se echaban un tercer tiempo que sentaba mejor incluso que el partido semanal. Esas inventadas barbacoas de panceta y cervecitas, eso no tenía nombre.

En los años setenta y ochenta había bichos raros que salían a correr por el campo, con unos calzones cortos, zapatillas medio desgastadas, camiseta imperio, calcetines blancos con una raya horizontal roja y otro azul y la tradicional cinta en el pelo para limpiarse el sudor. Porque claro, salían a las peores horas del día, cuando más arreciaba la solana. Los comentarios eran jocosos: “¿Ande vas muchacho? Que te va dar un telele”. Pues eso de salir a correr, parece que caló hondo, ya era muy normal ver a grupos de personas. Encima se arrejuntan unos con otros pa correr por el campo y calles de Pinto. Se creaban carreras llamadas populares, del populacho, supongo, en las fiestas, sobre todo.
Cuando salíamos del cole, a veces, nos juntábamos en grupo y nos íbamos a los billares. Los de tres bolas, no te equivoques. Los otros ni los conocíamos, lo veíamos en la tele, en las pelis de americanos, pero por aquí, esos billares de agujeros en las equinas no existían.

También podáis jugar al pin pon, era un juego fácil, o eso parecía, luego jugabas con aquellos que tenían buenas palas y sabían dar con efecto a la bola y ni las olías. Te ganaban todos los cromos o las pocas pesetas que tuvieras. Los invitamos para aprender, nada es barato en esta vida.

Y por supuesto, jugábamos al fútbol. ¡Por favor! mágica palabra, mágico invento. Ese balón, al que querías como mínimo como a tu madre, al que intentaban darle con cuidado y sin punterazos, que se rompe antes y vale muchas perras. Juntarte con amigos en un pedregal, con más desniveles que un campo de arado, bueno, es que es lo que era, un campo de arado. Dos imaginarias porterías, hechas con los abrigos y camisetas que le sobraba a todo el equipo, sin marcaje de líneas, si acaso, con la puntera hacías un supuesto surco y de aquí para acá ya no vale. Los rivales, casi siempre más grandes que tú, más gamberros también, te metían miedo: “enano, como me regatees, te breo. Canijo como vuelvas a meter otro gol, no sales vivo de aquí”. Lindezas de ese tipo oías a montones. Háblame tú, ahora de bullyng.
En 1979-1980, en la pista de cemento del Campo Polideportivo Municipal (hoy, Estadio Municipal Amelia del Castillo), se colocaron dos canastas de baloncesto, al haber inscrito el Club Atlético de Pinto, dos equipos en la sección de baloncesto en las categorías senior, masculino y femenino. En la temporada 1980-1981, este equipo femenino se une al nuevo club de baloncesto (desapareciendo el club Atlético de Pinto, sección baloncesto), creado en el municipio en el que también están inscritos dos equipos en categoría masculina. En esta temporada se consiguió el ascenso de categoría a segunda división. Todo un hito en la época.

El baloncesto, gracias al arduo y laborioso trabajo de directivos y jugadores fue creciendo poco a poco en número de equipos y deportistas practicantes. En 1983 un grupo de amigos, entre los que se encontraban, Javier García Quesada, Luis David Araujo, Justo Fuentes y Daniel Briega, dieron continuidad al trabajo ya iniciado. Entrenaban en el patio del colegio Nuestra Señora de la Providencia, para participar en los campeonatos autonómicos representando a Pinto. De 1986 a 1992, el club había crecido notoriamente, creando equipos federados en prácticamente todas las categorías. En 1989, el Ayuntamiento de Pinto crea el Club Polideportivo Municipal de Pinto (CPM Pinto) que acoge a todos los deportes del municipio. Al club, en su faceta directiva se unieron José Luis Villa, Juan Manuel Suárez, Arturo Talasac y Luis García.
José Juan López Cuchillo.
El Rincón de Cuchillo (ePinto)
