La boutique faraónica”, así se anunciaba su establecimiento, y no es de extrañar, pues en el número 23 de la calle Isabel la Católica se encontraba uno de los comercios más emblemáticos de Pinto: Oportunidades Jali. Un lugar donde generaciones de pinteños encontraron más que ropa y artículos de hogar; encontraron una forma de vida, un espacio de encuentro y, sobre todo, un sinfín de recuerdos imborrables.

Jali era mucho más que una tienda de gangas. Todo el mundo compraba en Jali. Era parada obligatoria para quien necesitara renovar el armario, vestir a los niños, encontrar un chándal barato, un pijama calentito o una cazadora con forro. Se vendía de todo y a buen precio. El género se mostraba sobre grandes mesas de madera y la clientela, sin prisa, iba revolviendo hasta encontrar esa prenda que parecía estar esperándola. Jali era más que una tienda: era un universo propio, con su ritmo, su ambiente y sus personajes.

Al frente del negocio estaba la familia Jali, procedente de Alcantarilla, Murcia. Trajeron consigo una forma de comercio que no se encontraba en ningún otro establecimiento del pueblo. No solo vendían productos, vendían confianza y cercanía. Siempre recordaremos al señor Manolo, sentado junto a la caja registradora en su silla de respaldo alto, apoyado en su bastón, dispuesto a saludar a los clientes como si fueran parte de su propia familia.

Uno de los recuerdos más entrañables de la tienda era el tobogán por donde bajaba la ropa desde la planta de arriba hasta la caja. Este peculiar sistema no solo era útil, sino que también añadía un toque de diversión y magia al proceso de compra. Cuando la ropa bajaba por el tobogán, un sonido de campana anunciaba la llegada de los artículos, y los clientes no podían evitar mirarlo con curiosidad y asombro.

En la parte exterior, cerca de la entrada, había una fuente de agua fresca que era un oasis para los transeúntes en los calurosos días de verano. Encima de la fuente, colgaba un cartel que decía: “Nenicos, gracias por cuidal la fuente”, un detalle que reflejaba el espíritu de generosidad y cercanía de la familia Jali con sus vecinos.

Dentro de la tienda, uno de los puntos más reconocidos era la sección de retales, donde se encontraban pequeños trozos de tela a precios asequibles, perfectos para aquellos que querían hacer sus propias reparaciones o creaciones. Ángel, «el Lego», esposo de Concha, «la Panera», se encargaba de esta área, y su presencia era ya un sello distintivo de la tienda. Ángel, con su paciencia, ayudaba a los clientes a encontrar lo que necesitaban, ya fueran trozos de tela para hacer ropa o simplemente para arreglar algún que otro estropicio.

Y luego estaban los detalles que hacían de Jali un lugar tan especial. Cuando llegaba el momento de pagar, el cliente no solo se llevaba sus compras, sino también un pequeño obsequio. En la caja, siempre había pañuelos o calcetines para regalar a los compradores, un gesto de cortesía que dejaba una sonrisa en todos los que cruzaban sus puertas.

Imágenes de Jali con su inseparable guitarra

La imagen de la tienda también está marcada por varias fotografías entrañables, como la foto en blanco y negro de toda la familia Jali que presidía la parte superior de la caja. Cada vez que alguien se acercaba a pagar, la mirada de esa familia parecía darles la bienvenida. Otra fotografía muy recordada es la de un niño subiendo un escalón con el pantalón roto, mostrando una parte de su culete, una imagen que causaba ternura y que con el tiempo se convirtió en un símbolo de esos días.

Las campanas de la tienda anunciaban la llegada de nuevos productos, pero también sonaban como la señal de un ambiente familiar y acogedor. No solo se compraban artículos; se intercambiaban historias, risas y momentos compartidos con los vendedores y con los demás clientes. Todos se conocían, y muchos creaban lazos de amistad simplemente al hacer sus compras. No era extraño que los vecinos se encontraran charlando durante horas mientras recorrían las estanterías de Jali, comentando sobre los productos o simplemente poniéndose al día de los acontecimientos del pueblo.

Hoy, más de 40 años después, recordamos con cariño a Manolo, Jesule, José Paz, Mariquilla y al propio Jali, que en paz descanse. Todos ellos fueron piezas clave de un negocio que no solo vendía productos, sino que contribuyó a crear un pueblo más unido. Aquellos vaqueros Larry, las parkas azules y verdes, los pañuelos regalados y la fuente de agua fresca son parte de la historia de Pinto, y su legado sigue vivo en el recuerdo de todos los que tuvieron la suerte de conocer Oportunidades Jali.

Un lugar, una familia y una época que quedarán siempre en el corazón de Pinto.

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