Al igual que la historia de «Los amantes de Teruel«, Pinto también tiene una bella historia de amor. Y no se trata de una leyenda, sino de un hecho real. Una apasionada lucha por un amor imposible que tuvo como escenario la célebre Torre de Pinto.
Nuestro protagonista es Juan Andrés Hurtado de Mendoza, hijo de García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. Juan Andrés se había casado dos veces. La primera con doña María Pacheco, hija del conde de Chinchón, con quien tuvo un hijo varón. La segunda vez con María de la Cerda, hija del duque de Medinaceli, enviudando nuevamente en 1606.
Un año más tarde Juan Andrés se enamoró perdidamente de doña María de Cárdenas y Manrique de Lara, hija del difunto duque de Maqueda y de la duquesa de Nájera. María tenía 17 años de edad. Ambos se dieron palabra de casarse ante un escribano. Pero la madre de la novia se opuso terminantemente a la unión matrimonial. Juan Andrés ya tenía un hijo varón, que sería el heredero de su casa, y por tanto, su nieto no heredaría nada de la Casa de Cañete.
La duquesa de Nájera, ofendida con la actitud de los enamorados, realizó gestiones en Roma para que no se cursase el matrimonio. También acudió al rey Felipe III y ante sus quejas logró que el pretendiente fuese detenido y llevado preso al castillo de Pinto por el delito de haber dado la mano de casamiento sin licencia real. La duquesa también consiguió que el monarca mandara a su hija al Convento de los Ángeles de Madrid, donde quedaría incomunicada.
Así pasó el tiempo, mientras el amor imposible crecía. La enamorada suplicaba su libertad afirmando ser mujer de Hurtado de Mendoza. Estando injustamente retenida gritaba que «perdería mil vidas por ser su mujer«.
Mientras tanto, el apasionado enamorado permanecía encerrado en la Torre de Pinto. Estuvo recluido durante 16 largos meses.
Finalmente la dura oposición inicial de la madre de la joven fue cediendo en su empeño y su disgusto. El marqués de Cañete, padre del enamorado, dispuso de sus influencias con el rey y los ministros y con súplicas a Roma consiguió el final del cautiverio de los enamorados. Desgraciadamente falleció el 4 de febrero de 1609 a los 74 años de edad. La perseverancia y la determinación del amor logró su objetivo y el deseado matrimonio tuvo lugar el 29 de marzo de 1609. De esta unión nacieron cinco hijos.
Esta bella historia de constancia y sufrimiento de un amor imposible fue recogida en el libro «La Constante Amarilis«, de Cristóbal Suárez de Figueroa. Una novela pastoril recreada en Pinto, lugar de la prisión del enamorado. Figueroa, quien trabajó al servicio de Juan Hurtado de Mendoza, apuntaba en el prólogo de su novela que su propósito era celebrar la constancia y sufrimiento de dos amantes perseguidos, desde el comienzo de sus amores hasta el venturoso casamiento, y de cómo lo consiguieron con largo padecer y sufrir. Aquella historia de apariencia ficticia fue un suceso de actualidad con una historia absolutamente verdadera.