Hablar de Oliva (Vegas Maldonado) es hablar de una de las vecinas que ha marcado la vida de decenas de generaciones de pinteños y pinteñas. Por sus manos han pasado miles de alumnos que han aprendido lengua, matemáticas, historia, geografía e infinidad de asignaturas que con el paso de los años han ido cambiado de nombre.

Su edad, uno de los tesoros mejor guardados. Ella siempre responde que nació cuando la televisión cambió del blanco y negro al color. Que bailaba “buscando en el baúl de los recuerdos” de Karina y que se enamoró del hombre de su vida con las canciones de Nino Bravo sonando de fondo.

Una “granaina”, que ha conquistado el corazón de miles de pinteños.

Soy andaluza, pero he vivido dos tercios de mi vida en Pinto. Aquí he trabajado y formado una preciosa familia, la familia Donderis Vega (su devoción). Mis tres hijos (Eduardo, Gonzalo y Carlos) viven en Pinto con sus familias y mis seis nietos son pinteños. Así que puedo decir que soy andaluza de origen y pinteña de adopción”, sentencia en un arrebato de sinceridad cuando habla de lo que significa la villa pinteña para nuestra protagonista.

Llegó al municipio de Pinto en el año 1979 desde su precioso Motril (Granada), con su recién estrenada oposición de profesora de EGB bajo el brazo. Aunque en ese momento no lo sabía, su flechazo con nuestro municipio nació en el mismo instante que la destinaron a un pueblo del sur de Madrid, que solo conocía por el famoso dicho “entre Pinto y Valdemoro”. Aterrizó en el centro de la península para inaugurar un nuevo centro educativo, el colegio público Buenos Aires, hoy en día uno de los colegios con más solera en la educación pinteña. Una relación que ha durado casi 40 años y a lo que ella define como “Mi cole”.

Oliva rememora con ePinto que “Pinto era un pueblo con encanto, pequeño, acogedor, donde todavía el lechero iba de puerta en puerta repartiendo leche y en el que sus vecinos se conocían y se preocupaban los unos de los otros”.

Desde hace 4 años está jubilada, dejó las aulas, pero no deja de dar clases magistrales diariamente en una sociedad que cada vez adolece más de esos valores que ha enseñado durante casi cuatro décadas la “seño” Oliva. Siempre orgullosa de sus alumnos. “Sigo recordando esos buenos días de caritas sonrientes llenas de vida como los que van a iniciar una gran aventura con sus maletas llenas de ilusión esperando grandes sorpresas. No puedo estar más orgullosa de todos ellos”, evoca un día cualquiera en una de sus aulas del colegio pinteño.

El diario de trinchera de una valiente maestra que conquistó la bandera del COVID-19.

La maestra Oliva en una de sus aventuras por el mundo.

Yo he sido una de las afortunadas que dio acogida al COVID-19. Digo afortunada porque sigo aquí y a día de hoy he ganado la batalla, aunque hay que seguir mirándolo de frente y con mucho respeto”, inicia su relato con firmeza tras vivir una de las situaciones más complejas de su vida.

Reconoce que no sabe cómo se contagió, pero afirma con sarcasmo que “ese bichejo me eligió a mí”. Los días iban pasando y el cansancio se apoderó de sus rutinas, un hecho que fue paralelo a su dificultad para respirar. Todo ello con una epidemia de fondo, que se había convertido en pandemia mundial.

El día 1 de abril, las fuerzas de Oliva flaquearon y tuvo que pedir a su marido, su compañero de viaje desde que se conocieron, que la llevara al Hospital H.M. Puerta del Sur de Móstoles, al ser su hospital de referencia tras toda la vida como funcionaria de carrera.

En las primeras horas, y tras mil y una prueba, se confirmaron los peores pronósticos, la maestra pinteña se tenía que quedar en el hospital ingresada. Su pronóstico: “neumonía atípica” propia de los contagiados por coronavirus.

Salí para informar a mi marido que en este viaje solo nos habían concedido una plaza. Me quedaba yo sola en ese hotel de todo incluido en una época donde todos los hoteles de España habían cerrado. Una gran suerte la mía”, escribe emocionada al otro lado del ordenador con esa dulzura y sentimiento que solo los mejores profesionales de la enseñanza saben trasmitir en el degradado mundo de las letras.

Los primeros días en el “resort vacacional SARSCoV2”.

En este viaje inesperado en temporada baja, le adjudicaron una habitación compartida en una zona aislada, exclusivamente destinada para pacientes con sintomatología relacionada con el COVID-19.

Los tres primeros días fueron bastantes malos, tenía fiebre, cansancio, tos y todos los inconvenientes a lo que había que unir la reacción de mi organismo a un tratamiento muy duro”, confiesa Oliva. Al tercer día llegó el punto de inflexión, quizás en su momento anímico más bajo con una pregunta a una de las enfermeras: “¿Tú crees que saldré de esta?” Una pregunta que tuvo una respuesta a la altura por parte del personal sanitario: “Esto está chupado, en nada estás bañándote en Ibiza”. Bueno realmente no fue así, aunque esa era la contestación que esperaba nuestra guerrera, que combatía al coronavirus de la mano de los mejores “oficiales del ejército español” ataviados con sus mejores trajes sanitarios y los EPIs de protección, muchos de ellos de fabricación casera.

Esos días los pensamientos de desánimos afloraron en su cabeza. El color negro tiñó por momentos las paredes de la habitación del hospital y la palabra pena se escribía con tiza en aquellos muros mentales. Una situación que volvió a dejar claro una premisa que siempre había estado presente a lo largo de la vida de Oliva: “No sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte se convierte en tu única opción”.

Al cuarto día resucitó el gen ganador de nuestra guerrera de trinchera.

Oliva siempre ha estado al pie del cañón en los buenos y no tan buenos momentos.

Así que como se toca el fondo en una piscina, patada y hacia arriba con todas las fuerzas disponibles”, rememora el cambio de mentalidad que sufrió nuestra profe Oliva. A partir de ese cuarto día, el tratamiento comenzó a hacer su efecto y la mejoría fue evidente. Sumado a ese gen ganador made in medio Motril (Granada) y medio Mollina (Málaga), la cuna de la divina Virgen de la Oliva.

Los días se tornaron en una alegría medida, las risas y los buenos momentos volvieron gracias, en gran medida, al trabajo de los “auténticos héroes”, como define Oliva a todo el personal sanitario que se desvivieron por acabar con el virus.

Nuestra protagonista volvió a esbozar una nueva clase magistral desde el centro hospitalario. Tras conocer la necesidad de material de protección que tenían en el hospital, Oliva movilizó a su gente. A través de su hijo mediano, Gonzalo, miembro de la comunidad Coronamakers Pinto, hizo llegar un cargamento de pantallas rígidas para el personal del hospital. Todo ello en tan solo dos días. La mejor muestra de que nuestra Oliva volvía a ser la gran mujer que nos tiene acostumbrados.

Gente maravillosa que han hecho fácil mi recuperación.

Este tiempo y lo sufrido será difícil de olvidar. La tristeza, la tremenda soledad en una habitación de hospital, los miedos, serán una huella superable solo para Titanes… Tengo confianza y quiero pensar que como el Ave Fénix resurgió de sus cenizas, nosotros también lo haremos como personas y como sociedad”, comenta Oliva.

Ella misma confiesa que la recuperación no fue lineal. No todos los días se encontraba mejor. Había días buenos y otros días menos buenos, pero tener el aliento de su familia y amigos fue fundamental para ir pasando de etapa.

Después de semanas luchando a cara de perro contra este monstruo, que ha llegado para quedarse entre nosotros, reconoce que sale reforzada y con muchas ganas de vivir: “A nivel personal de esta experiencia salgo sin ningún tipo de enfado ni resentimiento, al contrario, muy agradecida… Me ha reforzado y he visto la cantidad de personas que tengo muy cerca y que de verdad les importo. Me han alentado, empujado y apoyado en momentos muy duros. Así que muy feliz. Tengo el mayor de los tesoros…. Mi familia y mis amigos. Ellos me han hecho mejor persona. Yo siempre he sido muy feliz y agradecida con lo que la vida me ha dado. Pero ahora es que me he visto desbordada por tantas atenciones y preocupación”.

¡Vamos! Un regalazo.

Su familia es uno de los pilares fundamentales de Oliva, nuestra profesora de cabecera.

Durante todo este tiempo, su móvil y su libro electrónico han sido sus mejores aliados. Confiesa que su móvil era una ventana al exterior, el brazo de los suyos y el empuje de todos y cada uno de los que estaban fuera. Es una realidad que las nuevas tecnologías han sido la puerta tridimensional que cruzaba nuestra guerrera para abandonar por unos instantes la habitación de este hotel improvisado y disfrutar junto los suyos.

He estado con la sensibilidad a flor de piel y con unas necesidades inmensas de sentir calor. Y sin duda lo he tenido. No me he sentido sola en ningún momento. Mi teléfono estaba diariamente lleno de mensajes de personas muy cercanas y otros que, aunque llevábamos más tiempo sin contacto, al enterarse no dudaron en apuntarse al tren de dar ánimo”, sentencia sobre las muestras que cariño que no han parado desde que comenzó su travesía hospitalaria.

Una dedicatoria muy especial para un amigo que nos cuida y saluda desde el cielo.

En el camino se han quedado personas muy importantes, mi amigo Rafa. Una de las primeras personas que consideramos familia cuando llegamos a Pinto y que nuestro cariño hacia él y los suyos dura y perdurará para siempre. Rafa era especial, siempre nos sacaba una sonrisa. Esta situación no nos ha permitido despedirlo como se merecía, rodeado del cariño de su familia y amigos. Pero las personas no mueren mientas se las recuerde. Él siempre estará con nosotros, te queremos Rafa”, rememora muy emocionada nuestra protagonista. Habla de él y de su familia como si fuera la suya propia. Parte de su propia vida.

Sin duda, unas palabras que deben servir para que recordemos a Rafa como se merece y a tantos otros que lamentablemente se han ido antes de tiempo, pero que por suerte nos guiarán el resto de nuestra vida desde el firmamento.  

Esta es otra tragedia que han vivido numerosas familias, pero cuando pones nombres y apellidos duele más, mucho más. Espero y deseo que lo vivido en este tiempo haya servido para que todos sepamos valorar lo realmente importante”, manifiesta la profe Oliva en una nueva clase sobre los valores que deben reinar en la sociedad.

Oliva siempre ha sido un ejemplo dentro y fuera del aula. Muy querida entre sus compañeros/as del cole.

Por un momento, el plumilla que suscribe este artículo, cerró los ojos y dio un salto en el tiempo para volver a los años 90 y sentarse en uno de esos pupitres de color verde que todavía perduran en el colegio Buenos Aires. Como si se tratara de una nueva clase de primaria, la «seño» Oliva comenzaba a deleitar a sus alumnos con sus enseñanzas que perduran 20 años más tarde:

Yo les digo a mis nietos que este bicho, el coronavirus, que era muy malo, muy malo cuando se adueñó de mi cuerpo y me trato mal, yo lo convencí de que era mejor dejarse querer. Así que después de muchas noches luchando con él por lo que yo quería y él no, lo convencí y mutó dentro de mí, convirtiéndose en bueno y sacando lo mejor de nosotros.

Ya no nos va a hacer más daño. Se irá y nos habrá enseñado cuánto nos queremos, lo que nos necesitamos, que nos importa más un abrazo que mil juguetes y que no nos gusta estar separados solo viéndonos por video llamadas”.

Como todo cuento que se precie, la profe pinteña saca su propia moraleja: “Así que esta mascota COVID-19, que nadie la querría como tal, al final nos ha dado muchas cosas buenas. La principal, la solidaridad de muchas personas en tiempos difíciles”. Un dato que vuelve a dejar a la sociedad española entre las sociedades más punteras a nivel mundial.

Y para concluir, Oliva quiso acabar la charla con ePinto y compartir con todos los lectores una reflexión, que, como ella confesó, espera que pueda ayudar a muchas personas que han pasado por una experiencia como la suya:

No borres ningún día

de tu vida.

Los días bellos te han dado

felicidad.

Los malos te han dado

experiencia.

Y los peores, te han enseñado

A vivir.

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