El 1 de septiembre de 1901, Pinto perdió a un vecino discreto pero extraordinario. No era pintense de nacimiento, sino habanero; tampoco era un hombre de vida pública ruidosa, pero en el mundo médico su nombre despertaba respeto inmediato. El doctor Andrés García Calderón fue uno de los oculistas más prestigiosos de su tiempo, maestro en el diagnóstico de enfermedades del fondo de ojo y cirujano de precisión, capaz de resolver casos que otros consideraban imposibles.

Un viajero de la ciencia

García Calderón nació en La Habana en 1848 y se doctoró en Medicina en París en 1875. A partir de ahí comenzó un periplo por las capitales científicas de Europa: Londres, Viena, Berlín, Ámsterdam, Roma… En cada ciudad aprendió de los mejores: Richet, Gosselin, Broca, Verneuil, Galezowsky, Arlt Joeger o Landolt fueron sus maestros.
Su dominio del francés, inglés y alemán le permitió tejer una red de contactos con los oftalmólogos más reputados de Europa y América, intercambiando conocimientos que le mantuvieron siempre en la vanguardia de su especialidad.

Pionero en Madrid

En 1887 fundó la Consulta de enfermedades de la vista en el Real Hospital del Buen Suceso, y más tarde, junto al doctor Ramoneda, la Policlínica de Madrid. Era el especialista al que se acudía cuando la retina no guardaba secretos para nadie más.
En 1889 presentó en el Congreso Internacional de Oculistas de París un estudio que le valió elogios internacionales: Un caso de neuritis óptica de causa cerebral. Y en 1900, durante la Exposición Universal de París, presidió una de las sesiones del Congreso Internacional de Oftalmología.

Un sabio humilde

A pesar de sus éxitos, nunca buscó protagonismo. Sus colegas lo describían como un hombre modesto, generoso con su tiempo y volcado en sus pacientes. El doctor Gómez Jesús, director de la Clínica de Especialistas, lo definió como “un sabio que fue modesto y un hombre que fue honrado y bueno”.

Entre sus discípulos destacó el doctor Manuel Márquez, considerado su heredero natural y llamado a sucederle en la jefatura de la clínica oftalmológica del Buen Suceso.

Últimos años en Pinto

En enero de 1888 se había casado con doña María de la Concepción Rebolledo, en una boda apadrinada por el doctor Dussac y la madre de la novia, doña María de los Dolores Paz del Río. En 1884, García Calderón ya aparece en diversos documentos como propietario en la localidad de Pinto.

María de la Concepción Rebolledo era hija de don José de Rebolledo y Díaz (1807-1871), propietario de numerosas fincas rústicas en Pinto y una casa en el número 6 del Raso de Palacio (actual Plaza de Jaime Méric), que fue tasada en 1889 en 14.120 pesetas.

En sus últimos años, el doctor García Calderón eligió Pinto como refugio de tranquilidad. Aquí, en la calma de la villa, vivió alejado del bullicio madrileño, pero siempre en contacto con su profesión. Fue en Pinto donde, a los 53 años, falleció, dejando tras de sí una trayectoria científica reconocida en toda Europa y un vacío profundo en la oftalmología española.

Su nombre, aunque poco recordado por el gran público, permanece como ejemplo de lo que un médico puede llegar a ser: brillante sin arrogancia, trabajador incansable y fiel a su vocación hasta el final.

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