Corría el mes de julio de 1884 y la población de Pinto carecía del agua indispensable para sus necesidades. En aquel tiempo el pueblo solo disponía de dos fuentes públicas: la fuente de la Glorieta, de 1859 (entonces llamada de la Culebra, situada en la Plazuela de Palacio) y la fuente Nueva (en el Egido de la Fuente), que sería remodelada en 1887 por el alcalde de Pinto, Pedro Rubín de Celis.
Aquel caluroso mes, el poco agua que disponía la población solo provenía de una de dichas fuentes. Era la única que corría y que se alimentaba a brazo con agua de los pozos, cuyas circunstancias eran un peligro constante para la salud de la localidad.
Pinto se hallaba en un conflicto por la falta de agua potable en la estación canicular, teniendo, como tenía, un abundante manantial a tan solo tres kilómetros de la población.
Dos años antes, el municipio había invertido una importante suma en la colocación de una tubería de plomo, y a pesar de haber transcurrido muchos meses, los vecinos carecían de agua días y días, en momentos tan críticos como aquellos.
La población en general, se veía obligada a beber agua de pozos de pésima calidad, y, por consiguiente, no potable. Los cólicos e indigestiones ponían en inminente peligro la vida de las personas. A pesar del tiempo transcurrido, las fuentes no surtían de agua al vecindario, sin duda, porque las medidas tomadas no dieron el resultado favorable.
Quejas en la población por falta de higiene
En la prensa de la época eran muy numerosas las quejas de los vecinos de Pinto por la falta de higiene. En los mercados se vendían artículos en descomposición, como pescados, frutas y verduras. No se abría al servicio el nuevo matadero, a pesar de que el antiguo matadero era un foco de inmundicias. Se descuidaba la limpieza en el Hospital, no se limpiaban las calles, convertidas en vertederos y muladares, ni en el cementerio se echaba cal sobre los cadáveres, ni se enterraban las reses muertas, ni se cerraban las escuelas en los meses de calor, ni se hacía nada de lo que la Junta de Sanidad disponía. Los vecinos se quejaban de la negligencia de las autoridades en adoptar medidas higiénicas.
Finalmente, el señor alcalde de Pinto, don Estanislao Pérez Díaz-Cuerva, hizo constar el 19 de julio de 1884 en el diario “El Liberal” que tales quejas levantadas sobre la higiene pública de aquella localidad eran infundadas.
Efectivamente, desde el 19 de julio de 1884 se celebró la apertura de la nueva Casa-matadero de Pinto, recién construida en el actual parque Egido a base de fondos de la familia Méric, propietarios de la fábrica de la Compañía Colonial.
En el nuevo matadero comenzó su afición a lidiar reses bravas el futuro torero Cayetano Leal Casado, Pepe-Hillo. Su carrera comenzó toreando algunos toros de los que eran conducidos al matadero y participando en las capeas celebradas en Pinto.
La estampa de contemplar el traslado de reses vacunas era común en anteriores épocas. Las reses recorrían parte del pueblo hasta el matadero municipal, donde eran sacrificadas.
A los animales se les colocaban dos maromas sujetas en la testuz. Era todo un espectáculo donde se daba cita toda la chiquillería y mozos desocupados del pueblo. De una de las maromas se tiraba delante del toro y de la otra por detrás, sujetas ambas por los carniceros, normalmente.
En ocasiones, si el animal se prestaba a ello y había algún aficionado, el corralillo de atrás del matadero se convertía en placita, con sus dos burladeros de mampostería, para que algún atrevido ensayara algún pase, recibiendo, a cambio, tremendos revolcones que divertían a la concurrencia.
En 1940, tras la guerra civil, el matadero reunía las peores condiciones higiénicas. Muchos de sus huecos se hallaban tapados con ladrillos y en él se observaba la poca limpieza, aumentando la suciedad la carencia de agua dentro del mismo. Posteriormente el matadero fue adecuado a su uso y así funcionó hasta principios de los años 70.
En abril de 1972 se autoriza por parte de la Jefatura Provincial de Sanidad la clausura del Matadero Municipal de Pinto por razones higiénicas y se sustituye por el nuevo matadero frigorífico que se acaba de inaugurar en Getafe, a tan solo seis kilómetros de la población.
El antiguo matadero estaba enclavado en medio de los jardines públicos del Egido de la Fuente, junto a dos grupos escolares, Onésimo Redondo e Isabel la Católica, y frente a la iglesia Parroquial. Eran continuos sus vertidos al colindante arroyo de los Prados, manchando sus aguas de sangre.
El informe del veterinario era demoledor, careciendo el espacio de las garantías sanitarias al encontrarse en un estado deplorable, siendo su reparación de un coste muy elevado, además de encontrarse en un entorno inadecuado. No existían trabajadores a costa del Ayuntamiento, ya que la matanza la venían efectuando los mismos carniceros y tocineros del pueblo.
A finales de los años 70 el singular edificio fue demolido. En el emplazamiento que ocupó hoy existen unas pistas para jugar a la petanca.