Plano de la Villa de Pinto de principios del siglo XIX donde aparece el curso del arroyo de los Prados pintado en azul

Aunque hoy nos pueda parecer ciencia ficción, Pinto tuvo un arroyo que cruzaba por el pueblo y lo dividía en dos mitades. Según las personas que conocieron el arroyo de los Prados sus aguas eran claras, al menos hasta los años 60. En el curso del arroyo había muchas ranas y renacuajos y se criaban exquisitos berros para las ensaladas. El sentido de la corriente era de sur a norte, es decir, el arroyo nacía en el suroeste del municipio, en una zona denominada Los Estragales, donde en años lluviosos se forman humedales. El arroyo comenzaba en la población en el actual Residencial Cristina Sur, continuaba por el barrio y parque de Buenos Aires, recorría la Avenida España, el Paseo Dolores Soria, el parque Egido de la Fuente, la calle Isabel la Católica y la plaza de la Virgen de la Asunción, llegando hasta el barrio del Prado, donde, junto al antiguo edificio de Telefónica, cruzaba al otro margen de la carretera de Andalucía. Posteriormente continuaba su curso junto a la Cañada Real Galiana, Riojana o de las Merinas, hasta desembocar en el arroyo Culebro o Ventosa, a los pies de la Cueva Cuniebles.

La trama urbana de Pinto, nacida a ambos márgenes del arroyo, se estructura históricamente en las dos grandes funciones de la sociedad medieval: La función militar y defensiva de la Fortaleza de Pinto y la función religiosa, garantizada por la iglesia de Santo Domingo de Silos, que además recaudaba los impuestos en especie, es decir, en productos agrícolas, que eran almacenados en el Pósito.

Fotografía aérea de Pinto fechada en 1936. En color azul estaría el arroyo de los Prados.

Esta división natural de la villa convirtió a los vecinos que vivían en el margen derecho, según el sentido de la corriente del arroyo, en vecinos más discriminados respecto a los vecinos del margen izquierdo. De hecho, recibían el calificativo de vecinos «de los barrios bajos«.

Probablemente el origen de este calificativo se debía a que esta zona del pueblo se inundaba frecuentemente en épocas de fuertes lluvias y tormentas. La fama que tiene Pinto de tener mucha agua subterránea es real. Hay innumerables noticias de vecinos de finales del XIX y principios del XX demandando a las autoridades que ordenasen el «secado del verdadero pantano que existe en la fuente y abrevadero del Egido, que hace imposible servirse ni de la una ni del otro, a más del consiguiente peligro para la salud pública por sus emanaciones«. Las inundaciones en el Egido y la calle Pedro Rubín de Celis (antigua calle Grande) eran constantes en épocas de lluvias. El actual barrio del Prado era una auténtica laguna en invierno.

En una ocasión, Gonzalo Arteaga narraba que en una tormenta de verano llegó a ser tal el agua embalsada en «la laguna» del Egido que se usaron como barquichuelas las artesas de madera de las «matanzas» donde se escaldaban los cerdos. La escalinata de la iglesia se convirtió en puerto circunstancial. El antiguo Perdido, que lo conformaba parte del actual Residencial La Floralia, estaba cubierto por más de un metro de agua. El viejo Matadero aparecía como un islote y los barrios Bajos, es decir, Raso del Nevero, la calle Pedro Rubín de Celis y el huerto del tío Perico (que ocupaba la mayor parte de esta calle) estuvieron vertiendo agua sobre la calle más de dos días.

Comercialmente, Pinto tenía prácticamente la totalidad de sus tiendas en la calle Real, margen izquierdo del arroyo. Un motivo más para que aquellos vecinos se sintieran discriminados. Además, la plaza porticada se encontraba también en el margen izquierdo, donde residía la administración municipal de la villa, que también cumplía las funciones de mercado y plaza de toros.

LOS PUENTES DEL ARROYO

Puente de «La Floralia» y la iglesia de Pinto. Fotografía: Pepe Crespo

La comunicación entre las dos partes del arroyo se realizaba gracias a la existencia de once puentes con notables diferencias constructivas. El más moderno era el que estaba situado en la Cañada Real de la Mesta, frente a la fábrica de ADASA y la travesía de San Joaquín que da acceso a la ermita de San José Obrero. Cuatro de ellos ofrecían seguridad a los usuarios y por ellos se cruzaba con grandes carruajes sin temor a su hundimiento. Probablemente alguno de ellos tuviese origen romano. Al menos tres de los restantes puentes, muy usados por su ubicación, estaban formados por troncos de árbol apoyados en ambos márgenes y sin barandilla de seguridad alguna. Sin duda, en los días de intensa lluvia, cruzar por estos puentes era una auténtica temeridad. Las turbulentas aguas que atravesaban el arroyo, con tendencia a desbordarse, no aportaban garantías suficientes para cruzar con éxito aquellos puentes. Afortunadamente, en los años 50 estos puentes fueron sustituidos por pasarelas con piso de chapa y verjas laterales fijadas en mochetas de ladrillo. Debido a su constante deterioro, en los años 60 pasarían a ser reconstruidos en cemento.

Al llegar al Matadero, las aguas claras del arroyo dejaban de ser tan puras. La sangre y vísceras de las reses eran arrojadas a su cauce, cuyas aguas, en determinados momentos rojas, continuaban en dirección norte.

Desde finales de los años 60 y principios de los 70 el arroyo de los Prados fue soterrado. Al estar en las últimas décadas cubierto, solo los antiguos vecinos identifican su trazado.

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