En la calle San José de Pinto existió una vez un testamento vivo de la historia española: la casa del general Valeriano Weyler y Nicolau. Este destacado militar y político, conocido por su papel en la Guerra de Independencia Cubana, eligió la apacible localidad de Pinto para establecer su residencia estival.

El general Weyler: el general más hábil del siglo XIX

Valeriano Weyler y Nicolau, nacido el 17 de septiembre de 1838 en Palma de Mallorca, es una figura emblemática de la milicia española. Dejó una huella indeleble en la historia de España y sus territorios de ultramar, participando activamente en casi todos los conflictos bélicos que marcaron sus 92 años de vida. Desde la guerra de Restauración en Santo Domingo hasta la contienda en Marruecos a la avanzada edad de 85 años, su vida militar es un compendio de servicio y dedicación a la patria.

Weyler no solo se distinguió en el campo de batalla sino también en una variedad impresionante de cargos de alta responsabilidad. Fue capitán general en diversas regiones españolas, incluidas Valencia, Canarias, Baleares, Filipinas, Cuba, Cataluña, Burgos, Navarra, Vascongadas, Castilla la Nueva y Madrid. Su carrera política también fue notable, desempeñando cargos como senador del Reino por Canarias, jefe del Estado Mayor Central, presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, ministro de la Guerra, consejero de Estado y académico de número de la Real Academia de la Historia. Su excelencia militar y servicio al país fueron reconocidos con el nombramiento de capitán general por el Rey Alfonso XIII, el Marquesado de Tenerife, el Ducado de Rubí con grandeza de España y el prestigioso Toisón de Oro.

Más allá de sus logros militares y políticos, Weyler fue un hombre de principios incorruptibles. Dondequiera que tuvo mando, luchó contra la corrupción y defendió a sus hombres con valentía, incluso a riesgo de su propio puesto. Su firmeza en Cataluña, obligando a los propietarios locales a abastecer a sus tropas agotadas, aunque le costó el cargo y el arresto, es testimonio de su inquebrantable compromiso con la justicia y el liderazgo moral.

Sin embargo, su legado ha sido objeto de controversia, especialmente su actuación como capitán general en Cuba, a menudo malinterpretada bajo el velo de la leyenda negra. La estrategia de «reconcentración» que aplicó, lejos de ser una invención suya o un acto de crueldad sin precedentes, fue una respuesta a las difíciles circunstancias de la guerra, marcada por la violencia contra los campesinos y los problemas sanitarios y logísticos. Aunque estas medidas conllevaron severas dificultades y un alto coste humano, es crucial contextualizar sus decisiones dentro de las complejidades de la época y las limitaciones que enfrentaba.

El General Weyler, por tanto, se erige como una de las figuras militares más destacadas y complejas del siglo XIX español.

Un retiro estival en Pinto

La visita del general Weyler a Pinto en el verano de 1901 no solo fue ocasional, sino que marcó el inicio de una conexión más profunda con la localidad. La elección de Pinto como destino estival no fue fortuita, ya que el sol, las aguas y el aire pinteño eran altamente recomendados por los médicos de la época. El general, afectado por una bronconeumonía, encontró en Pinto un refugio beneficioso para su salud.

La casona del general Weyler

La residencia del general Weyler en Pinto, situada en la calle San José, cerca de la ermita del Cristo, fue más que una simple morada; era un testimonio de la época y una parte integral de la población. Aquí veraneaba con su familia, su esposa Teresa Santacana y sus hijos María, Fernando, Antonio, Luisa y Valeriano. Su hija Teresa había fallecido en 1895 a los dieciséis años.

La casa del general Weyler contaba con elementos únicos para la época, como la primera bañera conocida en la localidad, una bañera exenta con patas. Al entrar, dos enormes conchas decorativas flanqueaban el jardín, creando una atmósfera distintiva. En el interior, un tiro de escalera, una habitación, una cocina y un salón con una chimenea imponente componían la planta baja, mientras que los dormitorios con dos cuartos de baño ocupaban la planta superior.

Pilar y Manola en la calle de San José en una fotografía cedida por Luis Roldán tomada en 1940. A la derecha, la Casona del general Weyler. A la izquierda, el bar Colón y, al fondo, el olmo centenario, árbol singular de la Comunidad de Madrid, y la fábrica de chocolates de la Compañía Colonial.

El robo en su casa de Madrid mientras descansaba en Pinto

Aunque la residencia del general Weyler estaba en Madrid, en la calle del marqués de Urquijo, número 30, los veranos los pasaba en su casa de Pinto, situada en el entonces conocido como barrio de Antonio Pérez, en honor al acaudalado propietario de Villa María. Aquella morada era un remanso de paz, aunque su estancia no estuvo exenta de incidentes. En septiembre de 1928 hubo un robo en su casa madrileña, mientras Weyler descansaba en Pinto con su familia, del que desconocemos la cuantía. El hecho captó la atención de la prensa nacional. Los ladrones penetraron por las buhardillas, cuyas puertas violentaron, y se dirigieron directamente a la habitación donde el general guardaba em una vitrina alhajas de gran valor. Sobre una mesa-vitrina donde don Valeriano guardaba sus condecoraciones fue hallada una palanqueta y un saco de lona que contenía alguna ropa. Este incidente debió quebrantar su descanso pinteño.

Weyler, acompañado de su hijo Fernando, en 1930

El vínculo del general Weyler con Pinto llegó a su fin el 20 de octubre de 1930, cuando la bronconeumonía que lo aquejaba cobró su vigoroso organismo. Su fallecimiento marcó el final de una era. Las esquelas en la prensa conmemoraron no solo la vida del general, sino también las de su esposa Teresa Santacana Bargallo y posteriormente sus hijos Fernando y Valeriano Weyler y Santacana, ambos fallecidos en 1931. Tal era el vínculo de los Weyler con Pinto que todas las esquelas indicaban que se celebraban misas, tanto en la iglesia parroquial de San Ginés, de Madrid, como en la iglesia de San Jaime, de Palma de Mallorca, como en la iglesia parroquial de Pinto, para su eterno descanso.

En los aniversarios del fallecimiento del matrimonio de Valeriano Weyler y su esposa Teresa Santacana las misas se celebraron en el convento de MM. Capuchinas y en la parroquia de Pinto. En la esquela del fallecimiento de su hijo, don Fernando Weyler Santacana, el 2 de agosto de 1931, las misas se celebraron en la capilla del Cristo de Pinto.

La Casa estival del general Weyler en Pinto, con su arquitectura imponente y sus dos conchas decorativas, fue el retiro de verano para su familia.

Fallecido el general, la casa pinteña fue heredada por su hijo, don Fernando Weyler y Santacana (1877-1931), quien estaba casado con doña María de los Dolores López de Puga y Martínez. Habiendo fallecido en 1931 su marido, la duquesa viuda de Rubí, junto a sus hijos Valeriano, Teresa, María y Fernando, disfrutó de la finca pinteña, como atestigua el siguiente recorte de prensa de La Nación, de agosto de 1934.

A finales de los años 50, la planta superior de la casa se vino abajo, y hoy en día no existen vestigios de esta estructura histórica, salvo la puerta metálica de entrada a la finca. La única conexión tangible que permanece es una fotografía de los años 40 que captura la esencia de lo que una vez fue.

Fotografía aérea de 1936 donde se ve la Torre de Pinto, junto a la fábrica de la Compañía Colonial y sus dos chimeneas, la estación de ferrocarril, el café Colón, el olmo centenario del Cristo, declarado árbol singular de la Comunidad de Madrid, la ermita del Cristo y en la calle de San José, a la derecha de la imagen, señalada en amarillo, la finca de los Weyler, y la casona del general Weyler.

El presente en el emplazamiento del pasado

En el mismo emplazamiento donde se erigía la casa del general Weyler, se instalaron el 21 de enero de 1961 la comunidad de Madres de la Divina Providencia, denominadas «Teatinas«. En un nuevo edificio, las hermanas hacen sus votos religiosos y administran un colegio mixto hasta bachillerato. Este cambio en el paisaje físico representa no solo la evolución arquitectónica del lugar, sino también la transformación de su propósito, pasando de ser la morada de un líder militar retirado a un espacio dedicado a la fe y la educación.

La casa veraniega del general Weyler en Pinto, aunque ha desaparecido físicamente, sigue siendo un recordatorio de una época crucial en la historia española. La fotografía y el relato de su historia se convierten en los únicos vestigios que permiten a los nuevos vecinos pinteños vislumbrar la presencia pasada de una figura significativa y su conexión con este rincón especial de Pinto.

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