Próximos a la celebración del Día de Todos los Santos, recuperamos esta historia de mediados del siglo XIX.

Durante los meses de julio y agosto de 1852 los diarios políticos hablaban de las quejas de los habitantes de las afueras de la puerta de Bilbao y de Chamberí, con motivo del hedor que despedían los cementerios de aquellos contornos, a consecuencia de los fuertes calores que soportaban. Siempre que la temperatura era algo intensa, el hedor cadavérico, que tan funestas consecuencias podía traer a la salud pública, singularmente en la estación del verano, ocasionaba el desarrollo de enfermedades miasmáticas. El peligro se incrementaba a medida que crecía y se extiendía la población.

El diario El Observador, en los días 4, 11, 12 y 22 de agosto de 1852, informaba sobre la proposición que el ilustrado profesor don Pedro Felipe Monlau presentó a la Junta de Sanidad y al Boletín de Medicina y Cirugía. La propuesta consistía en la necesidad de trasladar los cementerios, situados extramuros de la capital, a puntos más distantes y menos peligrosos para la salud pública.

En aquella época se producían unas 8.000 defunciones anuales en Madrid. Los cementerios eran establecimientos insalubres e incómodos de primera clase, y según los preceptos de la higiene pública debían erigirse apartados de las poblaciones, de todo edificio habitado, y de todo camino real, en terreno calizo o arenoso, elevado, declive y opuesto a los vientos dominantes, lejos de los ríos y arroyos que pudieran salir de madre, de los pozos, manantiales, conductos y cañerías de aguas que sirviesen para bebida de los hombres o de los animales, etc.

Pedro Felipe Monlau

El señor Monlau proponía que se eligiera espacios para enterrar los cadáveres a dos o tres leguas de la capital y proponía una porción de los terrenos comprendidos entre Pinto y Valdemoro, a donde podrían conducirse aquellos por medio del ferrocarril de Aranjuez.

Las razones en las que apoyaba su tesis se reducían a dos principales y enteramente conformes con los preceptos de la ciencia, a saber: primera, la distancia regular que mediaría en tal caso entre los cementerios y la capital; segunda, el no hallarse generalmente esta última expuesta a la influencia de los vientos de aquella región.

Extracto de El Observador del 12 de agosto de 1852

La propuesta del señor Monlau conllevó una acalorada discusión entre diferentes periódicos. De esta manera, El Heraldo recomendaba los terrenos con los que circunda el río Manzanares para enterrar los cadáveres. Afirmaba que allí no había temor, ya que por ese lado no se ensancharía la población de Madrid. El Observador replicaba que era un error establecer los cementerios en zonas inmediatas a los ríos, cuyos efluvios acelerarían la descomposición de los cadáveres y serían el vehículo de sus perniciosas emanaciones. El diario Las Novedades llegó a decir que no entendía el porqué de la elección de los terrenos situados entre Pinto y Valdemoro, a no ser, afirmaba, que fuera para aportar suculentos ingresos a la compañía de ferrocarril de Madrid a Aranjuez con el traslado de los muertos; unas ganancias que no obtenía con el traslado de los vivos. Finalizaba también con su defensa de elegir terrenos próximos al río Manzanares.

La propuesta del señor Monlau de establecer un gran cementerio entre Pinto y Valdemoro jamás se llevó a cabo.

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