En el inicio de las navidades de 1934 un suceso misterioso y dramático ocurrido en Pinto ocupó multitud de titulares en la prensa de la época. Alrededor de este misterio se hacían los más variados comentarios entre los vecinos del pequeño municipio de Pinto, intrigados por la naturaleza del hecho, que fue descubierto de la siguiente manera:

En las primeras horas de la mañana del miércoles, 19 de diciembre de 1934, dos obreros que se dirigían al trabajo caminando por la vía férrea en las inmediaciones de la estación del pueblo de Pinto descubrieron junto a los rieles unas manchas de sangre en las piedras de la trinchera. Siguiendo el rastro encontraron a una distancia de pocos metros, entre unas prendas, el cadáver de una niña que presentaba la cabecita destrozada. Casi al mismo tiempo del descubrimiento, llegó el sargento primero, comandante del puesto del cuartel de la Guardia Civil de Pinto, D. Darío Hernández, que regresaba de establecer el servicio de vigilancia en la línea porque acababa de pasar por allí el tren donde viajaba el jefe del Gobierno, D. Alejandro Lerroux.

Inmediatamente se avisó al pueblo, y poco después llegaba al lugar del suceso el juez municipal, D. Manuel Díaz Montenegro, y el secretario, D. Rafael García Postigo, quienes, en unión del sargento primero de la Benemérita, Sr. Hernández, procedieron a instruir las primeras diligencias. El juez hizo sacar un croquis del sitio donde fue encontrado el cadáver y ordenó que el cuerpo de la criatura fuera trasladado al depósito del cementerio municipal.

El 21 de diciembre el periódico «La Voz» informaba que la niña, que aparentaba tener unos cinco o seis días de vida, se hallaba envuelta en una toquilla de lana azul claro en forma de capa, un gorro blanco y tenía como pañal un trozo de camisa de mujer. Un trozo de mantón o toalla a cuadros blancos y azules bastante deteriorado rodeaba el cuerpecito.

El lugar y la forma en que fue hallado el cadáver hizo suponer desde el principio que la infeliz criatura debió ser arrojada por una mano criminal desde la ventanilla de uno de los trenes que por allí pasaban. Por la hora en la que fue encontrado el cuerpo de la niña, el crimen pudo realizarse, o bien a las doce de la noche, cuando pasaba el tren de Andalucía, o entre seis y siete de la mañana.

Inicialmente se descartó que el autor o autora fueran personas de la localidad o de las inmediaciones. Todo indicaba que se trataba de algún viajero, probablemente alguna madre desnaturalizada, que por ocultar su falta arrojara a la criatura por la ventanilla para deshacerse de ella. Y lo más sensato era pensar que viajaba en el tren de Andalucía de media noche, ya que podía contar con la inmunidad de los demás viajeros, que irían descansando. De la inspección ocular realizada en el lugar de los hechos se deducía que le niña debía de ir en uno de los trenes descendientes, es decir, de los salidos de Madrid dirección sur, porque el cadáver quedó apoyado en el carril derecho de la línea ascendente por la parte interior de esta vía.

De ser cierta esta deducción, la niña fue arrojada con el siniestro propósito de que los trenes que circulasen hacia Madrid destrozaran el cuerpo de la criatura.

LA AUTOPSIA

Los médicos de la localidad, Nicolás Ortega Jiménez y Ramón Fernández González, practicaron la autopsia del cadáver. Este aparecía con la cabeza y la cara destrozadas, sin duda por los efectos del choque con el suelo. Otras lesiones y algunas fracturas parecían tener la misma procedencia.

En el estómago de la recién nacida se encontró leche sin digerir, lo que revelaba una ingesta de alimentos reciente, de poco tiempo anterior a la muerte. La hipótesis de que la niña fuera metida ya muerta en el tren, con el propósito de arrojar el cadáver en marcha, cobraba mayor fuerza al comprobar que la niña había sido arrojada envuelta en papeles, como un paquete de equipaje normal.

La impresión de este terrible suceso en el pacífico vecindario de Pinto era enorme. Aunque se tenía la seguridad de que el crimen no se había cometido allí, sino en uno de los muchos trenes que atravesaban la localidad, el horror del suceso tenía conmocionados a sus vecinos.

LA RESOLUCIÓN DEL CASO

Acto seguido, dos agentes comenzaron a practicar activas diligencias para detener a la autora o autor/es de aquel terrible suceso. Pronto supieron que en la posada del Segoviano había estado hospedada una joven, llamada Francisca, y que había alumbrado a una niña. La joven estaba acompañada por otra mujer de más edad que había venido a Madrid a vender un kilo de azafrán y que empeñaba el modismo de «mi amo» para nombrar a su marido. La policía comprobó que este modismo era usado por la gente manchega de La Solana (Ciudad Real), y a dicho pueblo se dirigieron varios agentes de la Brigada de Investigación Criminal. Durante cinco días estuvieron realizando pesquisas en casas y fincas de las inmediaciones hasta descubrir a las autoras del parricidio. El día de nochebuena se personaron en la casa número 16 de la calle de Méndez Muñoz de La Solana. Allí encontraron a Francisca Montalvo Lara, de veinticinco años, soltera, y a su madre, Ramona Lara Romero de Ávila, de cincuenta y seis, casada. Después de un largo interrogatorio confesaron que habían sido ellas las que se habían hospedado en la posada del Segoviano. Allí Francisca dio a luz el día 13. Inicialmente, tratando de despistar a los policías, dijeron que la niña la habían vendido a unos gitanos en el Puente de Toledo; pero, ante la insistencia de los agentes, Francisca confesó que por no tener recursos para atender al sustento de su hija, yendo en el tren correo de Andalucía, la noche del martes 18 salió a la plataforma de uno de los vagones y arrojó a la criatura a la caja de la vía.

Por su parte, la madre de Francisca confirmó que al llegar a Manzanares echó de menos a la niña, y al preguntar a su hija le contestó que encontrándose en la plataforma del tren había sufrido un mareo y la criatura se le cayó a la vía, añadiendo que no dijo nada por si de todo aquello tenía alguna responsabilidad.

Una vez declarado el crimen, las dos mujeres fueron detenidas y trasladadas en automóvil a Madrid, ingresando en la Dirección General de Seguridad, actual sede de la Comunidad de Madrid, estando rigurosamente incomunicadas. Después de ratificar sus primeras declaraciones ante el jefe de la Brigada de Investigación, Sr. Araque, fueron puestas a disposición del juez de Getafe. Francisca ingresó en la enfermería de la cárcel al estar enferma de algún cuidado.

ÉXITO INFORMATIVO DE LA VOZ

Gracias a la información que publicó «La Voz» sobre el terrible crimen sucedido en Pinto la policía pudo detener a sus autoras. Al leer un huésped del Mesón del Segoviano en «La Voz» los detalles de las ropas que llevaba el cadáver, recordó haber visto en aquella posada a un bebé vestido tal y como se indicaba en el periódico, recordando también las señas de las personas que acompañaban a la criatura. El testigo puso toda la información en conocimiento del juez de Pinto, D. Manuel Díaz Montenegro, quien inmediatamente dio traslado a las autoridades pertinentes logrando que las autoras del espantoso infanticidio cayeran bajo la acción judicial.

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