En Pinto no solo tenemos refranes célebres que han dado la vuelta al mundo, como el archiconocido «Entre Pinto y Valdemoro» y el dicho «Vino tinto, si no hay de Valdemoro, démelo de Pinto», ambos relacionados con la gran producción vinícola que compartían estas dos localidades vecinas, o aquel que afirmaba «Vete a Pinto, entra en Pantoja y dile al rey que te coja», aludiendo al derecho de protección real de la Casa de la Cadena de Pinto. Hoy, sin embargo, rescatamos del olvido una joya del ingenio popular: un trabalenguas que tuvo gran éxito en el último tercio del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, cuyo escenario no podía ser otro que nuestro Pinto.

Antes de adentrarnos en su historia y en el nombre de su autor, conviene recordar qué es exactamente un trabalenguas. Según la Real Academia Española, se trata de una palabra o locución difícil de pronunciar, en especial cuando sirve de juego para hacer que alguien se equivoque. Su utilidad va más allá de la diversión: son ejercicios ideales para adquirir rapidez en el habla, pronunciando con precisión y evitando equivocaciones.

Durante generaciones, los trabalenguas han servido tanto de pasatiempo como de pequeño reto personal y colectivo: ¿quién lo dice más rápido y sin trabarse? Su dificultad, la sonoridad repetitiva y los cambios sutiles entre sílabas parecidas los convierten en un entrenamiento perfecto para la dicción… y en una fuente de risas cuando alguien acaba diciendo cualquier cosa menos lo que tocaba.

Entre esos juegos de palabras, uno destacó especialmente por su ingenio y por situar a Pinto como protagonista:

«En Pinto, Juan Ponte el quinto,

por la pintura despunta,

y un puente, de punta a punta

pinta Ponte

al punto en Pinto»

El trabalenguas no podía estar mejor ambientado, ya que en Pinto, hasta bien entrado el siglo XX, existieron numerosos puentes para salvar el arroyo de los Prados, un cauce que dividía el municipio en dos mitades. Estos puentes, de distintas formas y materiales, eran pasos esenciales para la vida diaria: comunicaban calles, unían barrios y permitían el tránsito de carros, animales y peatones en épocas en que el agua podía dificultar o incluso impedir el paso. No es de extrañar, por tanto, que la figura del puente aparezca como elemento central en un juego de palabras que, sin proponérselo, reflejaba una realidad muy pinteña. En España, se llamaba “quintos” a los jóvenes que, al cumplir la mayoría de edad, partían hacia el servicio obligatorio. Era un momento muy especial en la vida de los pueblos, pues alrededor de los quintos surgían tradiciones, celebraciones y hasta canciones populares que acompañaban este rito de paso.

El trabalenguas es básicamente un juego de palabras con Pinto, Ponte, quinto y pinta/pintura/punto/punta/despunta, mezclando rima y aliteración para crear confusión al decirlo rápido. Nos cuenta, de forma enrevesada, que en la localidad de Pinto, un pintor llamado Juan Ponte (el quinto) pinta un puente de un extremo a otro rápidamente.

Madrid Cómico, 14 de noviembre de 1880, p. 7

Su primer rastro en la prensa lo encontramos en noviembre de 1880 en la revista satírica Madrid Cómico. Once años después, en mayo de 1891, cruzó el Atlántico para aparecer en la publicación uruguaya Caras y Caretas. En 1897 volvió a la actualidad en la sección de pasatiempos de El Heraldo de Madrid, dentro del juego “Fuga de consonantes”, donde se presentaba sin letras consonánticas para que los lectores descubrieran el texto original.

El Heraldo de Madrid, 5 y 6 de noviembre de 1897

En 1910 se reprodujo nuevamente en La Unión Ilustrada y por primera vez se citó como autor a Juan Pérez Zúñiga, escritor, periodista y humorista madrileño muy popular en su época por sus ingeniosos versos, artículos satíricos y colaboraciones en la prensa. Ocho años después, en 1918, el semanario argentino Caras y Caretas, publicó el trabalenguas manteniendo la misma autoría. En 1919, La Unión Ilustrada volvió a publicarlo reafirmando a Pérez Zúñiga como autor del mismo.

Artículo histórico sobre un trabalenguas popular del siglo XIX ambientado en Pinto, atribuido al humorista Juan Pérez Zúñiga.
Caras y Caretas (Buenos Aires), 27 de julio de 1918

Seguimos encontrando este trabalenguas en la prensa de los años 30 y 50 del siglo XX. También lo encontramos en diferentes publicaciones sobre trabalenguas españoles con un cambio en su última frase, finalizando «Pinta al punto Ponte en Pinto». Este trabalenguas no solo es una muestra del humor y la creatividad lingüística del cambio de siglo, sino también un guiño a la tradición oral que durante décadas hizo que, en tertulias y reuniones, se intentara recitarlo sin tropezar. Y así, Ponte pintando al punto un puente de punta a punta en Pinto, Pérez Zúñiga dejó su huella en la historia menuda —pero deliciosa— de nuestra localidad.


Juan Pérez Zúñiga: el escritor que puso a Pinto en la punta de la lengua

Juan Pérez Zúñiga (Madrid, 1860 – Madrid, 6 de noviembre de 1938) fue un escritor, periodista y humorista español, muy celebrado en su tiempo y hoy injustamente olvidado. Nació en la calle Toledo de Madrid, en una familia acomodada, lo que le permitió cultivar su afición a la música desde niño, estudiando violín en el Conservatorio bajo la tutela de su tío, Juan Pérez Lanuza. A los 17 años ganó su primer sueldo como violinista, pero pronto se inclinó hacia la literatura, publicando con solo 16 años su primera obra: Las ligas de mi abuela. Novela de buenas costumbres.

Gracias a la mediación del dramaturgo Vital Aza, entró en la redacción de Madrid Cómico en 1880, el mismo año en que comenzó una larga carrera como autor teatral, periodista y escritor humorístico. En 1882 obtuvo el título de abogado y se casó con la pianista Aurora Maffei, con quien tuvo tres hijos. Tras la desaparición del Ministerio de Ultramar en 1898 —donde trabajaba— quedó cesante, y aquellos años de estrechez estimularon su producción literaria, consolidando su prestigio.

A lo largo de su vida colaboró en más de un centenar de revistas y diarios —ABC, Blanco y Negro, El Liberal, Heraldo de Madrid, Nuevo Mundo, La Esfera, entre otros— y se convirtió en un referente del humor satírico y la agilidad verbal. Fue amigo personal de Manuel Matoses y de Enrique Pérez Escrich, vecinos de Pinto, lazos que refuerzan su conexión con nuestra localidad. Entre sus muchas ocurrencias y creaciones, encontramos este trabalenguas ambientado en Pinto: un pequeño legado de ingenio que todavía hoy arranca sonrisas y reta a las lenguas más rápidas.

Diferentes caricaturas y fotografía de Juan Pérez Zúñiga

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