
José Enrique Gippini Gurumeta, hijo de Enrique Gippini, nació en Madrid, aunque siempre estuvo profundamente vinculado a Pinto, localidad a la que profesó un amor sincero y duradero. Su apellido, de raíz italiana, no disminuía su orgullo por ser español ni su pasión por la patria. Desde muy joven mostró un carácter introspectivo y sensible: un niño reservado, ajeno a los juegos ruidosos de los demás, que encontraba en la soledad la inspiración y el refugio de su sensibilidad. Su timidez y su constante diálogo interior fueron la base de su posterior obra poética, rica en emoción y reflexión.
En los años veinte, Gippini ya destacaba en Pinto por su devoción al Cristo del Calvario. Participaba con entusiasmo en las procesiones de las fiestas, luciendo su escapulario con orgullo. Aquellas procesiones eran extensas y pausadas, con continuos cambios de portadores de la imagen, y Gippini siempre estaba allí, observando y participando con respeto y fervor.
Su inclinación por la poesía surgió temprano, alrededor de los trece o catorce años. La literatura se convirtió en su principal vehículo de expresión, y muy pronto se interesó también por el teatro y la oratoria. En la noche de Todos los Santos, por ejemplo, era habitual que Gippini recitara con pasión en el Palacete de los Morales, ante familiares y amigos, los textos de Gustavo Adolfo Bécquer, en una ceremonia que combinaba recogimiento, devoción y sensibilidad literaria.

En 1925 publicó su primer libro de poesías, Ahora que se abren las rosas, prologado por Jacinto Benavente. La obra recogía versos de amor profano, introspección psicológica y poemas de inspiración religiosa. Según Benavente, los últimos eran los más sinceros y emocionantes. La crítica acogió la obra favorablemente, y Gippini se consolidó como un joven poeta prometedor, que también dedicaba versos a su querido Pinto, como aquellos que dirigió a la Virgen de la Asunción:
«Hoy los hijos de Pinto te proclaman
por patrona y te ofrecen sus amores
y a tus plantas deshojan bellas flores
y te invocan con fe porque te aman.»
Su pasión por el arte se extendía más allá de la poesía. Era un gran lector de teatro, admirador de Benavente, y también de la novela, aunque consideraba este género más complejo. Entre sus poetas favoritos figuraban Bécquer y Rubén Darío; en música, Wagner y Chopin; en pintura, Velázquez, El Greco y Goya; y en escultura religiosa, valoraba especialmente la expresión del dolor y la emoción, por encima de la mera perfección clásica.
Gippini no solo escribía poesía, sino que también dominaba el arte de la recitación. La radio fue su medio para llevar la literatura a todos los hogares. Desde 1927 participó en Unión Radio (embrión de la futura Cadena SER), realizando estudios sobre Bécquer, Jacinto Benavente, Gabriel y Galán, y otras figuras literarias, combinando la enseñanza con la emoción poética. Sus conferencias y recitales alcanzaron gran popularidad, y su labor le convirtió en un precursor del teatro radiofónico. Obras como El alma del lago y El yermo de los seis caminos demostraron su habilidad para fusionar poesía y drama, utilizando recursos sonoros y musicales para enriquecer la narración.
Durante la Guerra Civil española, Gippini se exilió, pero siempre mantuvo un vínculo emocional con Pinto. En sus versos expresó un profundo amor por su tierra natal:
«Pinto es mi corazón y mi tesoro
Los restos de mis padres, ¡Tierra amada!
Abrigas bajo un sol que es ascua de oro.
Hacia Pinto dirijo la mirada…»
El poeta afirmaba que su ideal era “hacer de mi vida una obra de arte”, buscando la armonía entre su vida y su creación literaria, y aspirando a purificar su existencia con la misma claridad que un arroyo transparente.
José Enrique Gippini falleció el 3 de enero de 1969, en Madrid, a los sesenta y siete años. Sus restos descansan en el cementerio de Pinto, junto a la tierra que tanto amó y que inspiró buena parte de su poesía. Hoy, Gippini sigue siendo un símbolo del talento y la sensibilidad de la lírica pinteña, un poeta que supo llevar la literatura más allá de los libros, llegando al corazón de quienes escuchaban sus palabras en teatros, tertulias y micrófonos de radio. En el barrio de La Calera una calle rotula su nombre en su memoria.
Para más información sobre el el poeta Gippini consultar el libro «Pinteños Ilustres. De Pinto, mi reina II«.