El pasado mes de septiembre fui amablemente invitado a La Veguilla en Pinto, por su propietaria, Pilar Creus Rubín de Celis, quien compartió conmigo una entrañable anécdota. Hablábamos sobre las bondades del Pinto de antaño, cuando me narró cómo el prestigioso pediatra Ángel Castilla Polo, durante una consulta en la que Pilar llevó a su hija enferma, el conocido «pediatra de Madrid», en lugar de medicina, le recomendó “Vitamina Pinto” para fortalecer su salud. Esta expresión, reflejo de la fe en las propiedades naturales de la villa, ilustra cómo Pinto se convirtió en un refugio para quienes buscaban salud y descanso, transformándose en el destino estival de la alta sociedad madrileña desde mediados del siglo XIX.

Este ambiente saludable atrajo también al doctor Enrique Isla Bolomburu, quien, buscando el mejor entorno para sus hijos cerca de Madrid, encontró en Pinto el lugar ideal. Isla pronto se convirtió en uno de los grandes defensores y patrocinadores de Pinto en la alta sociedad madrileña. Solía comentar que el agua y el sol de Pinto eran excepcionales. Su entusiasmo era tan célebre que, cuando la reina María Cristina le invitaba a palacio, le preguntaba en tono burlón: “Doctor Isla, ¿qué nos cuenta del agua de Pinto?”. A lo que él, con orgullo, respondía: “Majestad, el descubrimiento de Pinto y de su agua lo he hecho ya de viejo, pero si lo llego a descubrir de joven, hubiese hecho un gran sanatorio por su agua magnífica y su sol”.

El doctor Isla

La influencia del doctor Isla en la sociedad madrileña y su entusiasmo por Pinto fueron inmensos, y en 1920, un artículo periodístico exaltaba las virtudes de esta “popular villa de las ricas aguas virtuosas para el estómago y el riñón, según dictamen del decano de la Beneficencia provincial, don Enrique Isla; la de la colonia de veraneantes, en sus coquetones hotelitos; la de inmejorable alumbrado y vecindad tranquila y culta”.

Pinto: Refugio de la alta sociedad

El impulso de esta colonia veraniega fue reforzado con la llegada del ferrocarril y el atractivo de sus aguas y aire saludable. Antonio Pérez de Torregrosa construyó a las afueras de la villa un conjunto de modernos hotelitos para que las familias acomodadas de Madrid disfrutaran de un verano rodeado de naturaleza. Aquel barrio fue conocido como el barrio de Antonio Pérez. Pinto se transformó en un enclave donde la salud, la tranquilidad y la cercanía a Madrid resultaban irresistibles.

Entre los ilustres veraneantes de Pinto, se encuentra la célebre escritora Concepción Arenal, quien pasó temporadas aquí entre 1853 y 1857 para favorecer la salud de su marido, Fernando García Carrasco. El ambiente sereno y saludable de Pinto parecía aliviar sus problemas, y la familia de Arenal no fue la única en encontrar consuelo en el entorno pinteño. Daniel Urrabieta Vierge, padre de la ilustración moderna, pasó también largas temporadas en Pinto desde los seis años, buscando restablecer su frágil salud en el campo, lejos de la polución de Madrid.

Pérez Escrich

El escritor Enrique Pérez Escrich, tras la tragedia de perder a dos hijos, fue otro de los que establecieron su residencia en Pinto, motivado por la necesidad de dar a su hija Carmen un respiro en la naturaleza. Similar fue el caso del periodista Manuel Matoses García, quien después de perder a cuatro de sus siete hijos decidió vivir en Pinto, donde permaneció hasta su fallecimiento. El filósofo José Ortega y Gasset también pasó un verano de su infancia en nuestra villa. En aquel tiempo, Pinto tenía una ilustre vecina, Rosario de Acuña, quien disfrutaba en su quinta Villa Nueva de las bondades de vivir en el campo. En Pinto hallaron su última morada otras personalidades, como el novelista Julián Castellanos Velasco, el actor Manuel Pastrana y el prestigioso oculista Andrés García Calderón. El senador vitalicio Marcial Taboada de la Riva, pionero en la hidrología médica, también acudió a Pinto regularmente, confiando en las propiedades curativas de sus aguas y su aire.

El naturista y fundador del Real Madrid, Juan Padrós, también pasó largas temporadas en Pinto en los primeros años de loa años 20. A finales de los años 20, el dramaturgo Miguel Mihura, aquejado de problemas de salud, también se trasladó temporalmente a Pinto. Mihura encontró en esta villa el alivio que buscaba, pasando largas temporadas tomando el sol y descansando. Dibujó la vida local en un cuaderno de bocetos, conservado hasta hoy, donde plasmó paisajes y tipos de la zona.

Otras destacadas familias como los Gurumeta, Fúster, Mateu, Morales, Montoto, Bardán, Weyler, Compte, Creus, Barreda, Soria, Sainz Romilló, Faura, Urquijo, Valverde, Valdivieso o Fortún, también eligieron la villa de Pinto por sus virtudes. Sus aguas, su sol y su aire eran tan apreciados que convertían a nuestro municipio en un lugar privilegiado para el descanso estival.

Un destino cultural y social

La salud y el descanso no eran las únicas atracciones de Pinto. A medida que la colonia veraniega crecía, la vida cultural del municipio floreció. Los veraneantes disfrutaban de verbenas, excursiones y funciones teatrales. En 1878, un grupo de aficionados compró el antiguo Pósito junto a la iglesia para transformarlo en el Teatro de la Villa. Allí, la Compañía Gippini organizaba representaciones de zarzuela, comedias y obras teatrales que deleitaban a vecinos y visitantes. Este teatro se convertiría, hacia el final de los años 20, en un cine y en un centro para actos políticos, consolidándose como un pilar cultural de Pinto.

No existen muchas imágenes de él, pero he querido añadir esta imagen de un dibujo de Gonzalo Arteaga para entender mejor el emplazamiento que tuvo. La ilustración representa al Egido a finales de los años 20. El pósito, en primer término; la iglesia parroquial, ya sin torre, y recién restaurada; y al fondo la iglesia de San José junto al colegio de niñas huérfanas.

La atracción que ejercía Pinto fue, sin duda, extraordinaria, y su alcalde constitucional, Benito Fernández de Soto, lo mencionaba con orgullo en enero de 1868, cuando anunciaba dos plazas de médicos cirujanos para la villa. Destacaba la salubridad del entorno y la afluencia de familias de la corte, especialmente en primavera y verano, que hacían de Pinto un lugar excepcional.

Vitamina Pinto, el gran remedio natural

Pilar Creus y Mario Coronas

Pinto era sinónimo de salud, descanso y cultura, y como muestra la anécdota de la “Vitamina Pinto” compartida por Pilar Creus, aún se conserva el recuerdo de una época en la que el aire, el sol y el agua de esta villa madrileña eran considerados remedios inigualables. Esta combinación de naturaleza y serenidad, al alcance de la élite madrileña, convirtió a Pinto en una joya para aquellos que deseaban disfrutar de lo más saludable y reparador que ofrecía el entorno campestre.

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