Además del rayo que cayó a las tres del mediodía del 29 de agosto de 1587 y el acontecido en 1679, que derribaron el chapitel de la torre de la iglesia de Pinto, existe otro ocurrido a finales del siglo XIX que tendría graves consecuencias con la belleza exterior de la Pequeña Catedral.
A pesar de que el pararrayos fue inventado por Benjamin Franklin en 1752, capturando los rayos y protegiéndonos de su gran poder destructivo, los primeros pararrayos en Madrid se pusieron a principios del siglo XX. La antigua torre campanario de Pinto, por tanto, estaba desprotegida.
Eran las cinco de la tarde del domingo 12 de septiembre de 1897, cuando en medio de un gran temporal cayó un rayo eléctrico sobre el chapitel de la iglesia parroquial de Pinto. Este impacto provocó un gran incendio en la cúpula de la torre, cuyo armazón era de madera.
El gran incendio de la torre fue sofocado a las dos horas, gracias al arroyo de varios jóvenes, vecinos y las fuerzas de la Guardia Civil, que, poniendo en riesgo sus vidas, subieron a la torre logrando apagar el incendio. Afortunadamente no hubo desgracias personales, pero sí grandes desperfectos en la torre. El incendio que provocó el rayo fue el principio del fin de la antigua torre.
El alcalde de Pinto, Estanislao Pérez Díaz-Cuerva, conocido popularmente como el «tío culebra«, se lo comunicó al señor gobernador civil de la provincia, José Figueroa y Torres, vizconde de Irueste, quien había tomado posesión del cargo el mismo día del impacto del rayo, y apenas mantuvo su puesto de gobernador un mes.
Los daños ocasionados en la torre debieron ser considerables. En abril de 1903 la iglesia parroquial amenazaba ruina. El día 21 de aquel mes llegaron a Pinto, por disposición del gobernador civil Sr. Sánchez Guerra , el arquitecto provincial D. Luis Argenti.
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