Detalle de una fotografía de principios de siglo donde aparece el cura de Pinto, don Francisco Villarino Fernández, en una procesión de la Virgen de la Asunción junto a la escalinata de la iglesia parroquial. Probablemente en esta imagen aparezca Antonio Marcos, el llamado «cura loco».

Procedente de la diócesis de Murcia, un cura llamado D. Antonio Marcos, de unos 45 años, de aspecto normal, apareció en Pinto en el año 1903.

Había sido capellán del marqués de Canales, y adscripto a San Martín, donde se distinguió por los muchos ingleses que iban tras él y le acosaban, abrumado por las deudas.

El Sr. Marcos quedó sin licencias por un ab irato del obispo Guisasola y se retiró a vivir a Pinto, observando buena conducta y bajo la vigilancia del párroco D. Francisco Villarino Fernández. D. Antonio asistía como simple espectador, pero vestido con hábitos y con la insignia de capellán de honor honorario (una borla verde) a todas las funciones de la iglesia.

De pronto, el cura comienza a ser admirado por el vecindario. Un día se presenta diciendo que por su cuenta reedificará la derruida torre de la iglesia, cuya obra estaba presupuestada en más de 250€ de la época. Aparece disponiendo de mucho dinero que pródigamente distribuye entre los pobres y los que no lo son. Crea para los vecinos de Pinto veinte plazas de agraciados con carrera literaria costeada por él, a duro diario cada una; lleva al colegio de las Ursulinas de Pinto a doce niñas pobres, cuya pensión se compromete a costear; es padrino de dos bodas, y solo en dulces se gasta en cada una más de mil pesetas (6€); con cualquier motivo agota los dulces, pastas y puros que hay en el pueblo y los reparte a granel armando el revuelo consiguiente; costea trajes, promete dotes, paga funciones de iglesia, socorre necesidades verdaderas o falsas y hace otras prodigalidades, no pocas de ellas lo bastante irregulares para justificar temores de locura.

El pueblo se exalta, lo aclama, lo acosa, lo adula y no le deja vivir. Cuando llega a la estación de ferrocarril procedente de Madrid, se aglomera un grupo de gentío, y cuando le ven prorrumpe en exclamaciones delirantes:

¡Viva nuestro protector! ¡Viva el padre de los pobres! ¡Bienvenido el padre de este pueblo!

Es recibido entre abrazos, besos y apreturas de los que se disputan el honor de verle, tocarle y besarle en la mano. Toda la multitud le acompaña hasta dejarle en su domicilio, en la casa de José Fernández de Soto y de la Canal, en la conocida Casa del Escudo, situada en la calle Santiago (ahora Edmundo Méric). Don José era un viejo hidalgo que vivía de las rentas de unas tierras.

Casa del Escudo

Pero, ¿de dónde procedía todo este dinero?

Se le oyó hablar de un legado secreto de una señora por valor de veinte millones de pesetas, de los que a él solo pertenecían 15.000 duros. Lo demás debía repartirlo a su gusto. Seis millones pensaba gastar en un convento para los frailes de San Juan de Dios. “El cura que da”, como se le conocía, se fue a todas las tiendas de telas y zapaterías y calzó y vistió a todo el que se lo pedía. Con un sistema de vales a cuenta de D. Antonio hizo lo mismo en las tiendas de comestibles, carnicerías, pescaderías y panaderías del pueblo.

Pronto empezó a correr el rumor de que “el cura que da” no pagaba en ninguna tienda y el poco dinero que manejaba era de los ahorros de D. José Fernández de Soto. Después, desapareció sin dejar rastro, dejando al comercio de Pinto hundido.

El cura locopidió dinero a D. José a cuenta de la inmensa fortuna de un indiano, familiar suyo, que había muerto en América y del que era el único heredero. Pero la “herencia” prometida jamás llegó. Y todo resultó ser una dilapidación fraudulenta de una hacienda y la ruina de una familia honrada

La tradición oral afirmaba que el «cura loco» ordenó derribar la torre y que ésta se precipitó sobre la portada en 1918, arrastrándola consigo. Pero la única realidad de todo esto es que la torre estaba en estado de ruina, provocada por el rayo que impactó en 1897, y que por ello fue desmontada. Es posible que la pretensión del «cura loco» de costear la reedificación de la torre acelerase su desmontaje, pero en nada tuvo que ver con el final de la portada de la iglesia, como veremos en un próximo artículo.

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